Ando trastabilleando por la travesía primera del Camino del Peral a la que he accedido a tramos por la avenida de San Juan XXIII (equis equis iií) y a ratos por la avenida de San Juan Pablo II (ií) en una ardua tarea, pues camino con dos bastones por consejo del ínclito doctor Artero y por necesidades motoras. Ando despacio, para eso soy cojo, y farfullando imprecaciones ‘picoteras’ ante la próxima cita electoral que me tiene acongojado, pues no es baladí a quien elegir (otra cosa es que nos toque) en un asunto tan importante y vital.

Evidentemente me refiero al equipo contra el que nos jugaremos la fase de ascenso a segunda (b) pues así a bote pronto no encuentro objetivo más importante a plazo corto. En un recodo del camino (a la altura de la calle de don Aquilino Camacho) está Pelín cantando ‘Esta piccolísima serenata’ en un tono y timbre que haría profundizar más en su tumba al gran Renato Carosone.

El espectro de Pelín, el fantasma más accesible de Mérida (los otros están como disimulados y aparentemente vivos) es un amable difunto que ni asusta ni ná (de ná). «Sé lo que vas a votar en mayo», me dice, como quien se refiere a lo que hice el último verano cuando juré no volver al Romano (y a la semana me saqué tres abonos).

Encuentro a Pelín raro (más de lo que habitualmente está) intentando buscarme las cosquillas con el voto aunque al final solo consigue que me rasque antiguos picores porque enredando por allá, enredando por aquí de esa forma consigue enredarme a mí. «Yo, le digo, al igual que todos los indecisos sí sé a quien quiero elegir y a quien no votar, que los aficionados no nos dejamos enredar ni olvidamos de dónde venimos (tercera catorce) y hacia dónde vamos (segunda dos), porque el fútbol, como la política, como la vida, te da recompensas y derrotas que no merecemos».

Pelín, inspirado, me susurra a lo Jardiel Poncela: «Sueña, aunque la mayoría de los sueños no se cumplen, se roncan». Esta desnuda sinceridad de Pelín es atributo que me encanta, al fin y al cabo desnudo se va al cuarto de baño, desnudo se va al amor y desnudo, como Pelín, se está en la muerte. «Pues te vas a estrellar, me dice, te van a defraudar, deberías aprender de los errores y estar aprendiendo siempre». Menos mal que soy de barriada y estas predicciones no me enfadan porque sino es para cabrearse. Además, creo que era el gran (y gordo) Sancho Panza quien decía que hay que desconfiar de los que no meten nunca la pata. Pues eso: «The end», que diría Pelín, pronunciando ¡teén!