Las residencias de mayores fueron, y lo siguen siendo, uno de los espacios más vulnerables de cuantos ha afectado la pandemia. Están en el punto de mira, pues sus usuarios son un colectivo al que el covid-19 golpea con fuerza. Muchos han sido los ancianos afectados por coronavirus y desgraciadamente en algunas residencias se han producido muchos fallecimientos. De hecho, el 90% de los muertos por coronavirus eran usuarios.

Casi 80 centros de la región se han visto afectados, siendo la residencia Asistida de Cáceres la más duramente sacudida en la comunidad autónoma. Eran centros que, en la mayoría de los casos, no contaban con médicos, ni material de protección para los trabajadores, al menos en los primeros momentos. En este escenario, adverso y complicado, los trabajadores y trabajadoras de las residencias han tenido un papel heroico en el que la entrega, el trabajo y la abnegación han sido claves definitorias. El personal de estos centros, públicos, privados o concertados, ha tenido una función esencial, luchando en primera línea de contagio, lo que les ha hecho acreedores de la Medalla de Extremadura que ayer recibieron en Mérida.

Tal y como se consigna en el decreto de concesión del galardón, «las residencias de mayores se convirtieron en uno de los principales focos de la enfermedad, pues precisamente congregan a la población de mayor riesgo: los mayores de 70 años, muchos de ellos con patologías pre vias. Los usuarios de las residencias constituían el grupo más necesitado de protección». Los profesionales de las residencias de ancianos han antepuesto su deber con los mayores, incluso a la atención a sus propias familias. La sociedad permanecía confinada en sus domicilios, pero ellos doblaban sus turnos de trabajo y renunciaban a sus vacaciones para proteger a un colectivo que se encontraba en una clara situación de indefensión.

Su labor con los ancianos no podía realizarse a través de teletrabajo y guardar las distancias de seguridad era poco menos que imposible. Los mayores necesitan, además, cariño y los trabajadores en algunas circunstancias se quedaron a vivir en las residencias para que no les faltara de nada y para que no se convirtieran finalmente en un vehículo de contagio para sus familias. Esa fue la difícil realidad a la que se enfrentaron. Hubo circunstancias muy complicadas, como las vividas en la residencia de Arroyo de la Luz, que fue el primer foco de coronavirus en la región. Precisamente en este espacio trabajaba la primera mujer que falleció oficialmente de coronavirus en Extremadura, Claudia P.B. de 59 años. El centro contabilizó una veintena fallecidos en los momentos más duros de la pandemia y de hecho el municipio se cerró antes de que comenzara el estado de alarma, con los accesos por carretera controlados por la Guardia Civil. El volumen de infectados fue tal que la Junta de Extremadura tuvo que intervenir. Se vivieron momentos muy difíciles. El 23 de mayo, el Ayuntamiento de Arroyo de la Luz, que en todo momento informó de la situación a sus ciudadanos, anunciaba que los cinco últimos residentes infectados habían sido dados de alta. La de Arroyo de la Luz no fue la única residencia afectada. De hecho, Cáceres fue la más golpeada, con brotes en la Asistida (El Cuartillo), Cervantes, La Hacienda o Geryvida. O Garrovillas de Alconétar y Los Pinos en Plasencia.

En el lado positivo hay que destacar la labor realizada en la residencia de Valdefuentes, que no registró ningún positivo. ¿Cuál fue su secreto? Pues tomar medidas drásticas incluso antes de que se decretara el estado de alarma. Ni el medio centenar largo de residentes ni el otro medio de trabajadores resultó contagiado. Se pertrecharon con antelación de equipos de protección individual y los trabajadores fueron formados sobre las medidas de seguridad que había que tomar, así como de desinfección y limpieza. Los residentes tenían controlada la temperatura al menos dos veces cada jornada y los trabajadores una vez, que eran los únicos que entraban y salían del edificio. La ropa de trabajo se desinfecta in situ. Se crearon cortafuegos a través de las auxiliares en la atención con los ancianos e incluso estas estaban dotadas con equipos de comunicación individual con los que solicitaban todo lo que requerían, que les era gestionado por la terapeuta, la psicóloga y la directora del centro. Los mayores salían al patio uno a uno.

El propio presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, expresó su apoyo a los trabajadores de las residencias a finales de marzo a través de un mensaje de la red social Twitter, destacando que además de realizar bien su trabajo rellenan huecos afectivos. «Son el marido o la mujer que faltan, y el hijo que no está o el nieto que vive lejos, y eso lo sabemos muy bien quienes los conocemos», publicaba. Por otro lado, el propio presidente de la patronal de las residencias de Extremadura, Juan Manuel Morales, afirmaba en junio en una entrevista en el Periódico Extremadura: «Los trabajadores han sido verdaderos héroes. Han trabajado duro y han demostrado que para trabajar en este sector hay que valer. Han trabajado sin EPIs, sin test, sin ningún tipo de medio. Reitero: verdaderos héroes».

Reacciones

La concesión no ha sido recibida por igual entusiasmo entre los profesionales, especialmente entre los auxiliares. María Elena Jorge Marín, trabajadora de la residencia Asistida de Cáceres desde 2017 es crítica con la declaración. «No siento ningún entusiasmo por la concesión del premio. No quiero ninguna medalla, sino que nos den lo que nos pertenece, nuestro 2 por ciento, que nos reconozcan nuestra carrera profesional. A mí los premios no me valen de nada si no se me reconoce el trabajo. Lo hemos pasado muy mal y siento que nuestro trabajo no ha sido valorado como se merece por los familiares de los residentes".

Aunque una gran mayoría de ellos sí acepta el reconocimiento de la Junta de Extremadura a la gran labor realizada. Es el caso de Juan Luis Ronco, auxiliar de una residencia de mayores en la ciudad de Cáceres, quien se muestra «orgulloso por el reconocimiento a nuestra labor y esfuerzo diario. Pero es nuestro trabajo. Solo nuestros mayores y sus familias saben cómo hemos luchado contra este virus. De todo se aprende y se sale fortalecido. Ojalá no volvamos a vivir esto nunca», sentencia el trabajador.