Se le escapa una sonrisa irónica cuando se le pregunta si en su casa se han repartido las tareas entre ella y su marido. Dolores Galván Hernández, 75 años, de Mérida, ha trabajado desde niña y apenas pudo ir a la escuela.

- ¿Cómo recuerda su niñez?

- Me quedé sin padre y entré a servir en una casa con diez años. Lo pasé muy mal porque yo era muy chiquitita. Tenía que fregar de rodillas. ¿Y sabe lo que me hicieron? Me tiraron dinero debajo de la cama. Llegué a mi casa y se lo dije a mi madre y ella me explicó que era para probar si cogía las monedas o no. Yo solo dije que había dinero en el suelo, pero no lo cogí porque yo no quiero nada de nadie.

- ¿Cómo siguió la vida?

- Cuando tenía 16 años falsifiqué mi edad para decir que había cumplido 18 y entrar a trabajar en el matadero de Mérida. Pero lo dejé cuando me casé.

- ¿Por qué?

- Porque antes cuando te casabas lo dejabas para atender a tu casa y tu marido. Pero después trabajé mucho más que en el matadero. Los padres de él tenían una huerta y yo iba a ayudarle. Yo he hecho de todo. Después he estado más de 30 años vendiendo en el mercado hasta que tuve un accidente y me jubilaron. Cobro una pensión de unos 650 euros.

Me hubiera gustado nodejar mi trabajo para casarme, pero es queantes era así

- ¿Qué cambiaría si volviera atrás?

- Me hubiera gustado no dejar mi trabajo aunque me hubiera casado, pero es que antes era así. También hubiera tenido menos hijos, que no me sobra ninguno, pero es que ha sido muy muy duro. Yo he vivido una vida de sacrificio.

- La sociedad no se lo ponía fácil a las mujeres, ¿no?

- La sociedad ha sido muy injusta con las mujeres. Cuando estaba trabajando, había que hacer lo que ellos querían; y con los hombres en casa igual. No se podía ni hablar.

- ¿Cuántos años tenía cuando se fue por primera vez de vacaciones?

- Pues la primera vez fue cuando me jubilé, a los 56 años. Luego he ido a varios sitios con el Imserso.

- ¿Qué siente cuando ve a las chicas jóvenes?

- Qué cambio. Un cambio precioso, y eso que no estamos todo lo bien que debíamos estar. Yo veo a mi nieta ahora, que está en Sevilla estudiando, y es que no hay punto de comparación. Y estoy muy contenta por las oportunidades que ella sí tiene.

- Le hubiera gustado estudiar, ¿verdad?

- Ahora me da envidia porque yo no fui a la escuela en condiciones. Yo a lo mejor iba de camino y me mandaban a por un cántaro de agua por el que me daban dos reales que a mi madre le venían muy bien. Ella se quedó viuda con cinco hijos y yo tenía que ayudarla.