Jugar a hacer de adivino macroeconómico suele ser divertido. Primero, porque no hay heridos. Por mucho que alguno quiera creerse las previsiones de otro a pies juntillas, es difícil que tome decisiones únicamente basadas en la opinión de un especialista. O al menos, no debiera. Segundo, porque es complicado que te sometan a un posterior examen. Las palabras, incluso escritas, son ligeras, y tirar de hemeroteca requiere un esfuerzo que no muchas veces merece la pena. Como mucho, si tienes un amplio círculo de seguidores (que no, necesariamente, admiradores), alguno sacará un tuit o una ignota parte de un artículo señalando tu error garrafal. Sólo queda asumir con gallardía que tu criterio tiene el mismo porcentaje de acierto que lanzar una moneda al aire.

Para quien lea esta columna con cierta asiduidad sabe que cada año trato de anticipar cómo irá nuestra economía durante el año entrante. Parecido a hacer una quiniela... a no ser que te sometas al propio escrutinio. Eso sí puede ser curioso. Más vale una vez colorado que ciento amarillo, ya saben. ¿Qué dijimos el año pasado?

Empecemos con lo fácil: los aciertos. «El crecimiento esperado para el 19 vuelve a ser superior al 2%. ¿De veras no les recuerda todo esto a 2007?». Para España cuestionaba que siguiéramos en la senda del crecimiento como país por encima del 2% del PIB. Lo cual se ha constatado con el raquítico crecimiento del último trimestre del año. Pero, ¿cuál era la causa principal de esta ralentización? Seguro que muchos ahora señalarían a la política como culpable (sobre todo, por su condición de sospechoso habitual).

Pues no. «Riesgo político: Tendemos en exceso a relacionar la economía con la política. Obviamente hay correlación, pero en economías sin capacidad monetaria como la nuestra su influencia es menor». Efectivamente, conocíamos de antemano que nos adentrábamos en año electoral, aunque quizás no maliciábamos hasta qué punto. La falta de gobierno no ha condicionado tanto nuestra economía como las políticas que se desarrollen una vez superado el bloqueo. Además, para qué negarlo, España está lejos de ser una isla y su dependencia del BCE y de la inversión exterior sí son verdaderos condicionantes, superiores en influencia a la política. A no ser…

«En España, lo que podríamos pedir es adecuar las políticas fiscales a un entorno futuro de menor crecimiento, incluso sin recesión. Pero ya ven: mayor gasto y exigencias desde el propio sector público (comunidades autónomas). Con más impuestos, por supuesto. Agotando el margen de actuación del gobierno y de los contribuyentes cuando no nos sea tan fácil seguir financiándonos externamente». Y esto ya ha llegado, es un sí rotundo. La base de política económica del primer gobierno de coalición del país es el gasto público. Y la contrapartida es una mayor presión fiscal. Con independencia de la auténtica progresividad (o justicia) de las modificaciones tributarias y de la introducción de nuevos impuestos, queda claro que se estrecha el margen de actuación y no hay garantía de que una mayor recaudación pública signifique que se invertirá adecuadamente para el crecimiento del país.

El problema es que los aciertos quedan opacados por el fallo en la conclusión: «Así se forman las burbujas y se acrecienta la intensidad de una recesión. Apuesten al último trimestre del año, pero 2019 es el año de la eclosión». Y esto no se ha producido.

De hecho, el acuerdo comercial Estados Unidos-China, sin ser un acuerdo que sea solución definitiva, otorga una calma que se verá reflejada en los mercados. Y la administración Trump, más allá del ruido del personaje, está solidificando un ritmo estable en la economía norteamericana. Europa se beneficiará de ello. 2020 se prevé como un año sin especiales sobresaltos económicos.

Claro que para que el fallo en el análisis se convirtiera en calamitosa pifia, los riesgos señalados el pasado año debieran haber desaparecido. No ha sido así. España sigue gastando como si el ritmo de crecimiento fuera del 3% anual, el delicado paro estructural se hubiera reducido y nuestras necesidades de financiación exterior, con la deuda en altísimos niveles, se hubieran reducido.

La rebaja de la tensión en la economía global despeja nuestra incertidumbre a corto (y si quieren, a medio) plazo. Pero en absoluta la descarta. Patada adelante.

*Abogado. Especialista en finanzas.