El rey Juan Carlos cumple hoy 75 años y alcanza esa edad cuando lleva ya 37 años de reinado. La rotundidad de la cifra es un buen momento para hacer un balance de la actuación de la Monarquía restaurada el 22 de noviembre de 1975. Juan Carlos fue designado sucesor por Franco y llegó al trono solo dos días después de la muerte del dictador, pero desde el mismo discurso de proclamación los españoles pudieron comprobar que se iniciaba realmente una nueva etapa. Solo seis meses después, el Rey se desprendía del último presidente del Gobierno de Franco, Carlos Arias Navarro, y nombraba a Adolfo Suárez, un hombre joven, fiel y decidido, que fue encargado, pese a su procedencia franquista, o quizá precisamente por eso, de conducir a España hacia la democracia desmantelando desde dentro todo el aparato del Estado dictatorial.

El Rey tuvo en la elección de Suárez un acierto decisivo para que, de acuerdo con el anhelo mayoritario del pueblo español, España se encaminara hacia la recuperación de las libertades en las elecciones del 15 de junio de 1977. Un año después se aprobó la Constitución, pero la estabilidad política, sacudida de vez en cuando por las convulsiones de una inédita transición de la dictadura a la democracia, necesitó una nueva y definitiva intervención del Rey, el 23 de febrero de 1981, para parar el golpe de Estado, devolver para siempre al Ejército a los cuarteles y asentar sin lugar a más dudas el proceso democrático.

Todo este protagonismo en los primeros años de la transición otorgó a Juan Carlos una gran popularidad y un prestigio indiscutido incluso entre la inmensa mayoría no monárquica de la población. Aunque con mayor discreción, el Rey cumplió después con eficacia su papel, sin partidismos. La Monarquía se colocó así a la cabeza de las instituciones mejor valoradas. Solo recientemente su prestigio y popularidad han sufrido un deterioro debido a múltiples factores: alejamiento del papel desempeñado en la transición, rutina institucional, fallos de comunicación y de transparencia, y errores propios, como la cacería en Botsuana, o ajenos, sobre todo el caso de presunta corrupción que afecta a Iñaki Urdangarin . Ante esta situación, la Monarquía ha empezado a reaccionar, y no puede hacerlo de otra manera que con mayor transparencia y proximidad y planteándose la renovación para reforzar su papel arbitral en un Estado diverso y en crisis económica y social.