E n el relato que llamó nivola, Augusto visita a Unamuno, su creador. Niebla no está entre las lecturas recomendadas de verano, amigo lector, pero le aseguro que es muchísimo mejor que esos bodrios que deberían publicitarse más como inductores al vómito que como bestseller de moda, tal el último disparate de Joel Dicker o la última chifladura de Camilla Lakber. El personaje entonces protagoniza una de las más conmovedoras afirmaciones de identidad de la literatura, esa fuente de bienes que pocos en verdad aman y muchos desprecian porque ignoran. «No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme, ¿conque no quiere?», le suelta al escritor. Y ese grito rebelde me ha vuelto a resonar dentro al contemplar a los familiares que han abrazado al fin a sus mayores a través de una cortina de plástico y al leer las indicaciones expertas de cómo debemos abrazarnos en esta situación de normalidad cero. Porque vivir, hemos vivido a medias, y nos hemos visto y oído. Pero no nos hemos tocado.

Todos los sentidos son regalos de los dioses, pero aquel del que se nos priva es el más añorado. Y vetados como hemos estado para el beso, el roce suave de las caricias que no solo cuidan sino que son capaces de llenar una vida entera, los achuchones que estrujan a los peques, los mordiscos de amor y los pellizcos de complicidad, rabio como Augusto por esa identidad perdida, porque nos hemos dejado jirones de entrañas cada vez que hemos renunciado a tocarnos, que es sentirnos, que es sernos. Obligados ahora a hablarnos a voces, nos aconsejan que volvamos las caras si nos abrazamos y que el contacto sea celérico como un acto furtivo.

No somos entes de ficción como Augusto, por mucho que las cifras oficiales hayan convertido en ello a miles de muertos olvidados. Volveremos a tocarnos, como hay que tocarse, conurgencia y avidez, para saciarnos de tacto y contacto cierto. Pero aquellos que se han ido sin figurar en ningún sitio, merecen que recordemos para siempre todos los abrazos que les fueron negados.

*Profesora