Sería utópico pretender que todos habláramos con exquisita dicción, y, por contra, una supina torpeza utilizar un lenguaje tan patán que fuera difícil entender. A ello se une la torrencial locuacidad de algunos paisanos que tanto aburren contándonos, con pelos y señales, detalles de las cosas más baladíes. "Es que yo hablo mucho", dice el parlanchín, justificándose.

Hoy se adolece de gran ordinariez en el habla coloquial de la calle, que no responde a los decorosos modos que exige el nivel cultural actual.¿Es acaso trasunto del clima desbordado de la crisis? En parte, sí, pues es caldo de cultivo para la rudeza en la comunicación, ya que el aguafuerte de huelgas y algaradas sólo devienen exabruptos chabacanos. Y es rémora el radical nacionalismo para el ajuste fino de otros idiomas que no sea el suyo propio.

Urge, pues, erradicar tales vicios, desde el pupitre escolar, ya que, si no, caeremos en seria pobreza de lenguaje, al ser tiempo de alto voltaje emocional, donde la crispación abunda tanto que termina abriendo un ancho portillo para el horror del taco, auténtico proyectil contra toda norma de educación. Sobre él Lázaro Carreter , orfebre del idioma, en su libro 'El dardo en la palabra', hace sutiles reflexiones; Corominas lo critica diciendo que es como el ruido del tarugo al ser golpeado, y García de la Concha señala que hoy se habla un lenguaje "zarrapastroso".Y aunque se revista de cierto casticismo, siempre será, por asilvestrado e intempestivo, una pedrada lanzada al remanso de toda conversación; de ahí que, a veces, se pida perdón, pero ya es difícil diluir su "aroma". Con todo, es de uso común, ya en los adolescentes, al creer que así afianzan su personalidad. Pero salta la paradoja cuando Pérez-Reverte , otro ilustre académico, cultiva el taco con deleite, utilizando textos con toscos vocablos de arrieros, en pos, quizás, de mayor potencia expresiva. Y Cela , con su humor afilado, deseando desterrar el tabú de ciertas expresiones, nunca las consideró malsonantes, sino "comedidamente malsonantes". Es cierto que nadie está libre de usar palabras soeces, pero nunca debieran ser habituales en tertulias públicas o junto a niños en edad escolar. Aunque nuestros clásicos lo utilizaran en muchos de sus textos, y en Andalucía, gruesos disparates se conviertan en algo típico y afectuoso.