Siempre he sido muy consciente del castigo divino ‘te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado’, quizás porque en mi casa siempre ha sido así: el esfuerzo tiene su recompensa, no siempre inmediata o material, pero la tiene. Así ha sido en los estudios, en el trabajo y en todos los ámbitos.

Pero cuando tu recompensa tiene que venir precisamente de esa tierra a la que habrás de volver, el esfuerzo es inconmesurable: la agricultura es un oficio en el que juegas a la ruleta rusa con el clima, los mercados e incluso las modas. Estos días he visto en algunas redes sociales a los neoecologistas propugnando una vuelta a lo rural, a la naturaleza y al autoabastecimiento. Reconozco mi natural aversión a todos los -ismos de la modernidad y el postureo, pero me ha producido entre risa, ternura y bochorno que alguien crea que puede vivir para siempre sólo de lo que produce, como en una vuelta a la época medieval en la que ya falta que nos descubran el trueque como medio de pago.

Porque el campo es duro, sacrificado, ingrato y egoísta. Y no me refiero a tener un huertito en el que plantar tres cebollas y cuatro tomates, sino a producir de verdad, a levantarte antes del amanecer para abonar, para recolectar, para empacar, a que los días no distingan entre feriados o lectivos, porque hoy toca regar y es innegociable. A que después de todo el año cuidando e invirtiendo en unos cerezos, una maldita granizada acabe con todos los frutos y haya que empezar de nuevo, no sólo sin beneficios sino con pérdidas. Igual ocurre a los ganaderos, todo el año cuidando de unos animales que con esta crisis son una carga que seguir alimentando.

Así que en estos días de pandemia, además de bendecir el wifi, agradezcan que han tenido cantidad y variedad de productos para alimentarse porque hay quien ha seguido madrugando, trasnochando, saliendo a los campos, para que eso sea posible, mientras otros piensan que con una fresa y dos gallinas en libertad van a acabar con el hambre y las desigualdades y por el monte las sardinas tralará. Porque el postureo en las redes queda muy bien, pero la realidad es otra. Y de eso saben mucho mi padre, Ignacia, Juanma, Iko, Tomy y miles de quienes sí trabajan la tierra con el sudor de sus frentes.

* Periodista