Apagados los focos sobre la pompa y el boato de la inauguración del pontificado de Francisco , ha llegado la hora de coger realmente el timón de la Iglesia, el de la comunidad de creyentes repartidos por todo el mundo en su vertiente espiritual y organizativa, pero también el de un Estado con todos los problemas terrenales que ello implica.

Hasta ahora y en seis días escasos desde su elección, el nuevo Papa ha conseguido ilusionar a una feligresía global con su sencillo mensaje evangélico. Este mensaje es el mayor activo que tiene la Iglesia católica, y no siempre se ha sabido explicar en lenguaje llano o ha quedado enfangado por actuaciones ilícitas o poco transparentes.

Es más fácil desear una Iglesia pobre para los pobres o decir que el poder es servir a estos pobres --como hizo ayer el Papa ante los poderosos del mundo reunidos en la plaza de San Pedro--, que hacerlo realidad. Francisco podrá dar mayores golpes de efecto de los ya dados hasta ahora, pero el Vaticano tiene una estructura propia anclada en años de funcionamiento y --como se ha visto a raíz de la renuncia de Benedicto XVI -- en un entramado de intereses que no se corresponden con las enseñanzas evangélicas. Si algo distingue esta estructura es su inmovilidad o, en el mejor de los casos, su lentitud ante cualquier cambio.

En estos días de júbilo para los católicos, poco se ha hablado de los problemas que atenazan al Vaticano, de la necesidad de una reforma de la curia o de la imprescindible transparencia financiera. Estas son las cuestiones a las que a partir de ahora Francisco deberá dedicar su tiempo, y no le va a ser fácil. La primera dificultad con la que topará será la de crear su propio equipo. De momento, y según manda la tradición, ha confirmado en sus puestos de forma temporal a los altos cargos de la curia. La auténtica prueba del nueve llegará con el nombramiento de su secretario de Estado. Será entonces cuando se verá el auténtico derrotero que tomará este papado.

Lo que puede decirse seis días después de su elección es que un estilo nuevo ha llegado a la Iglesia católica, un estilo que ha levantado el decaído ánimo de unos católicos que han reencontrado el espíritu original de sus creencias. Seguramente habrá más sorpresas en los próximos días y semanas, y para muchos la mejor sería la convocatoria de un concilio Vaticano III.