Mi vecina está que trina porque su hijo ha terminado el curso y las ha aprobado todas. "¿Y ahora qué hago contigo, eh, sin nada qué hacer todo el verano? ¡Mañana te apunto a un campamento para hijos de filatélicos o a un curso de coger euros bajo el agua con la boca!". Mi vecina es de las que ansían cursos de doce meses al año y horarios de catorce horas con comedor para desayuno, almuerzo, merienda y cena. "¿Y para qué están esos maestros? ¿Para tirarse tres meses de vacaciones?". Y se une al ejército de padres que andan por ahí buscando una ocupación para sus hijos. "Si al menos le hubieran suspendido tres o cuatro asignaturas. Lo tendría en la Academia todo el día. Y me saldría más barato que el campamento para hijos de colombófilos o lo de comprarse un helado cada cuarto de hora".

Hay una industria que emerge y que se basa en ocupar el verano de los hijos y desocupar el verano de los padres. No son suficientes las piscinas porque siempre quedan unas horas muertas hasta que abren y después de cerrar. Cursos, stages deportivos, campamentos, jornadas, caminos y sendas, laboratorios de idiomas, etcétera. Todo al servicio de una idea: Que los niños no den el coñazo en sus casas. Durante el curso está la cosa más o menos bien porque dan el coñazo en el colegio. "Que para eso pagamos a los maestros". Para que la cosa no decaiga, sale el portavoz de los padres de alumnos extremeños y denuncia que algunos centros han acabado el curso antes sin esperar a que los alumnos y profesores estuvieran cocidos del todo en esas aulas sin aire acondicionado y con cuarenta grados a la sombra. Algún día alguien deberá apelar a las normas de seguridad e higiene en el trabajo, digo yo.

*Dramaturgo