TYta va para tres veces que me topo en alguna cadena de televisión con reportajes alarmadísimos sobre la violencia juvenil. Los crueles crímenes de jóvenes machos sobre hembras desvalidas o las palizas que hembras menos desvalidas propinan a otras hembras vaya usted a saber si desvalidas o no. El locutor y la más frecuente locutora suelen disponer un gesto de consternación impagable cuando se preguntan, señoras y señores, por las causas de tanta barbarie. Pues se las voy a decir. Son varias. Algunas muy antiguas, como la pobreza, la ideología tradicionalista, el criminógeno paternalismo mediterráneo. Pero otras son nuevas y sobre ellas vale la pena detenerse. Una de las más elementales tengo la seguridad de que es el nuevo modelo de conducta que se impone a los chavales desde el cine y la televisión. ¿Les parece un tópico? ¡Naturalmente!, pero solo porque nadie sabe cómo acabar con él. Es indudable que esos machitos perforados con metales, rapados y resentidos, han aprendido que la máxima elegancia es llevar, además, un buen punzón y zurrar a las chavalas, como en la tele. Y son iguales aquí, en Nápoles, en Ecuador o en Marruecos. Idénticos. Todos ven el mismo programa. La única vacuna es la lectura, actividad que no pueden garantizar nuestros maestros. Mientras los modelos de conducta se construyeron con urdimbre literaria, la estructura moral del personaje imitado estaba garantizada. La lectura da forma a la experiencia, pero le añade reflexión propia y autónoma. La imagen, no. Por eso la lectura no es una actividad técnica superada, sino una de las fuentes del aprendizaje más reprimida por unas élites que desprecian la inteligencia. Recomiendo (sobre todo a los maestros) la lectura de ¿Para qué sirve la literatura?, de Antoine Compagnon (Acantilado), si quieren recuperar un poco de fe en sí mismos. Es ventajoso proteger al cachalote bizco y a la rana lunera, pero si tuviéramos un Gobierno medianamente sensato, financiaría una oenegé que extendiera la lectura por este desolado país. Con que picaran cien al año, estábamos salvados.