Constituiría un amplio ensayo la palabra que da título al artículo. La razón de elegir este tema viene a tenor de las cosas que todos los días se están diciendo sobre Letizia Ortiz, la futura princesa de Asturias. Se ha hablado de su hermosura, sin regateársele espléndidas y cálidas adjetivaciones para su agraciado físico; aunque tan merecidos inciensos se han mezclado con otras expresiones. De ahí que se haya afirmado: "Es muy bella", pero, también fría, distante y ambiciosa. Obviamente, la belleza no la discute nadie. Pero los tres últimos adjetivos invitan a la discusión y la discrepancia. Fijándome sólo en su presunta ambición, digamos que Letizia, a la luz del diccionario, pudiera haber tenido "pasión por conseguir poder, dignidades, fama, etcétera". Lo que supondría que el noviazgo con el príncipe Felipe sería el resultado directo de dicha ambición. Pero no ha sucedido así, ya que, según opiniones muy autorizadas al respecto, ha sido conquistada por aquél, mediante las normas más tradicionales, tras ciertas reticencias por parte de ella.

Otra cosa sería si su ambición se refiriese a escalar puestos en su profesión, pues, como escribió Pérez de Ayala, "la ambición es el estimulante del trabajo". Cosa lícita a la que tiene derecho todo hijo de vecino. Aunque está la ambición de aquel que, para lograr lo que pretende, pisa lo que se le ponga por delante, cayendo en el dicho de Pietro Aretino: "La ambición es el estiércol de la gloria". Es la vehemencia, descontrolada, que da alas al ambicioso para trepar a donde sea, deviniendo el enfermizo deseo de llegar a apetecer cargos, sin reparar en medios, lo que ha estado lejos del presente caso.