WLw os indicios judiciales de que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se encuentra detrás de una presunta colaboración de las FARC y de ETA, unidos a la muerte del disidente cubano Orlando Zapata y el comportamiento del régimen cubano, han puesto al PP en el disparadero de la crítica radical. Dispuesto a sacar punta a las contradicciones de la política exterior del Gobierno español, el presidente del partido, Mariano Rajoy, ha subido un peldaño más el volumen de las descalificaciones al tildar de "amistades peligrosas" las relaciones de Rodríguez Zapatero con los gobernantes de Venezuela y de Cuba.

Se trata, todo los más, de un recurso literario digno de mejor causa, porque, como el PP pudo comprobar cuando gobernó, los cimientos de las relaciones internacionales son una mezcla difícil de soslayar de posibilismo, geopolítica e intereses y en las cuales abundan los claroscuros y sobran actitudes radicales.

Es indudable que Chávez y los hermanos Castro no son los mejores compañeros de viaje imaginables para un gobernante democrático; lo ha comprobado Lula da Silva, que tuvo la mala suerte de coincidir en Cuba con la muerte de Zapata. Pero si el Gobierno se atuviera estrictamente al criterio expresado por el PP --los aliados de España tienen que ser las democracias--, el anclaje del país en el sistema de relaciones internacionales sería literalmente imposible. Basta imaginar qué significaría no mantener relaciones fluidas con China, las potencias petroleras, los productores de gas o el imprevisible régimen marroquí para aquilatar la inconsistencia de la crítica del PP.

En vez de tomar este camino, el PP debería aplicarse en articular con el PSOE una política de Estado con relación a Cuba, sin abandonar a la disidencia a su suerte, pero sin convertir cada situación extraordinaria en motivo para romper la baraja. Porque, con política de Estado o sin ella, España se verá obligada algún día a jugar sus bazas en la transición cubana --sin fecha todavía, pero inevitable--, y es preciso que llegue a ese momento con las ideas claras, sea quien sea el inquilino de la Moncloa. Las inversiones realizadas en la isla por empresarios españoles y la segura competencia de Estados Unidos no admiten ni dudas ni declaraciones altisonantes ajenas al realismo. La receta es igualmente aplicable a Venezuela, con un futuro político indescifrable.

Las "amistades peligrosas" forman parte de la diplomacia desde sus orígenes y no hay Estado que pueda evitarlas, ni aun se evitaron en la guerra fría. Salirse de las reglas de este juego resulta estéril, por no decir peligroso, como pudo comprobar el Gobierno del PP durante la crisis de Perejil, que requirió del auxilio estadounidense para superarse sin percances.