El tiempo, siempre imparable, ha consumido los dos meses de vacaciones de los niños saharauis, que vienen con nosotros a olvidarse por unos días de su existencia escabrosa en medio de la arena y el olvido. Vuelve a repetirse la escena de la triste despedida. Se dan tanto a querer estas criaturas, que con sus sonrisas penetran hasta en las mismas almas de los que los acogemos, a pesar de las lamentables circunstancias en que viven. Así, soberanos pechos, dan cobijo a limpios pechos que lloran. Vienen ciegos de la arena y a pesar de sus gargantas secas, denuncian sin voz el dolor del refugiado, donde les cerca el hambre y escasea lo más necesario para la existencia humana, que nosotros no podríamos soportar en las circunstancias de ellos.

En las despedidas, todos los pañuelos lloran. Pero en la despedida de estos niños, las lágrimas pesan más, porque no sólo son lágrimas de separación, sino que transportan nuestras quejas, que van cargadas de denuncias, contra los gobiernos responsables que siguen haciendo oídos sordos en sus posturas infecciosas. Nuestros pasados gobernantes forjaron el yerro, y los actuales el yerro no cortan. Si lo cortaran, se cerraría el grifo de la riqueza que los asfixia.

José Gordón Márquez **

Azuaga