Maestro

Ir en tren a Sevilla desde Cáceres es una odisea. En autobús es una aventura más larga de lo que los tiempos que corren y la lógica de la distancia entre ambas ciudades pudiera hacernos creer. Por eso, el pasado jueves, padeciendo la 630 y disfrutando de lo que es parte de la futura autovía, llegamos en coche a Sevilla. Nos recibió calurosa y fragante. La noche invitaba a salir, a reconocerla una vez más, al paseo, a la charla, a la cerveza como sólo allí saben tirarla y al tapeo siempre mezcla de lo tradicional y de la continua innovación culinaria, (para el recuerdo unas chuletitas rellenas de manzana, mango y jamón cocido). La mañana del viernes, a primera hora, encaminamos nuestros pasos hasta la antigua fábrica de tabaco, allí donde Carmen la cigarrera forjara su leyenda, hecha carne una vez más gracias a la versión de Vicente Aranda y el cuerpo de Paz Vega. El edificio conserva la belleza de las obras bien hechas y nos hace añorar los tiempos en los que los arquitectos no estaban al servicio de la especulación y la plusvalía del suelo y conjugaban oficio y arte con materiales nobles. Ubicada en lugar privilegiado acoge parte de la universidad sevillana, y me cuentan que quienes tienen el privilegio de ocuparla como docentes o discentes no tienen ninguna gana de salir de ella para ocupar espacio en el nuevo campus. La visita estaba motivada por un suceso que tendría lugar en un espacio del que ignoro su utilidad en la época en la que el tabaco manufacturado por manos femeninas aún no mataba. En ese lugar, de utilidad desconocida en su época fabril, se sitúa en la actualidad el Aula XVII, ubicada en la segunda planta de un ala del vetusto edificio a la que se accede tras atravesar espaciosos y luminosos patios en los que la rutina de los horarios laborales de las antiguas mujeres sevillanas, al compás binario de bullicio y silencio, ha dado paso al bullir continuo de entradas y salidas de estudiantes que mantiene el latido de este singular edificio lleno de encanto. El aula, de altos techos, enormes puertas y luminosos ventanales fue el marco adecuado para la defensa de una tesis doctoral. Alguien puede decir que la defensa de una tesis doctoral es un hecho habitual en la vida universitaria, y es cierto. Pero el jueves, en el Aula XVII la liturgia universitaria en nada se pareció a lo que es hábito y norma en este tipo de actos universitarios. Rosa María Martínez se doctoraba en Antropología por la Universidad de Sevilla. Una cacereña, maestra de profesión, artesana y artista, compatibilizando trabajo y estudio, ha culminado con la máxima calificación, sobresaliente cum laude, sus estudios de Antropología, disciplina que estudia a los seres humanos bajo diferentes prismas. A la vista de los últimos acontecimientos en política, algún día se estudiarán, dentro de la Antropología, las formas en que los políticos se separan de la sociedad, sus formas de evolución/involución, su lenguaje, las más de las veces vacío de contenido, su cultura, el arte del pelotazo, y otras lindezas más con las que cada día nos van aburriendo (podría haber puesto sorprendiendo, pero a estas alturas ya nada sorprende y por eso he puesto lo que he puesto).