El 75.º aniversario de la liberación del siniestro campo de concentración de Auschwitz fue celebrado por las autoridades de Europa, incluida España, que estuvo representada por los Reyes y la ministra de Asuntos Exteriores. Un gesto de solidaridad con las víctimas de la locura genocida nazi bien acogida en los medios.

El Estado español no participó en la Segunda Guerra Mundial, aunque las simpatías de Franco hacia la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini fueron inocultables. Todos los escolares de la larga posguerra supimos del envío al frente ruso de una llamada División Azul que iba a combatir al comunismo soviético. Y todos pudimos ver las imágenes del encuentro en la estación de Hendaya del dictador alemán y del dictador español para tratar sobre una posible entrada de nuestro país en la guerra. Los dos vestían de uniforme militar y los dos saludaron a las tropas que les rendían honores brazo en alto. Luego, al parecer, Franco alegó la extrema debilidad de unas fuerzas recién salidas de una contienda fratricida de tres años para justificar su teórica neutralidad. Lo que no impidió la prestación de importantes servicios de apoyo al bando nazi-fascista en reciprocidad con las ayudas brindadas por este a la «causa nacional» durante la guerra civil.

Conviene recordar todas estas cosas -por lo demás archisabidas- porque las reconstrucciones de la memoria pueden dar pie a versiones oportunistas. Una memoria, por otra parte, que muy pronto no tendrá testimonios directos de las víctimas porque las que quedan vivas sobrepasan en su mayoría los noventa años. Como le ocurre a Raphaël Esrail, miembro de una estirpe «sefardí», es decir de aquellos judíos que descienden de los que fueron expulsados por los Reyes Católicos y todavía conservan el habla ladina, el castellano antiguo.

Esrail, que es presidente de la Unión Francesa de Deportados, explica cuál es la intención última de esta clase de actos conmemorativos. «Intento que entiendan lo que el hombre es capaz de hacer. Lo que deseo es que los jóvenes reflexionen sobre como estas cosas pueden llegar a ocurrir, y protegerse ante ello, y defender la democracia por encima de todo». La reflexión del viejo prisionero del campo de concentración es oportuna. Pasados los años se hace difícil entender como una nación culta y desarrollada pudo haberse rendido a los designios de Hitler. Un brillante periodista alemán, Sebastian Haffner, escribió en 1940 un libro titulado ‘Alemania: Jekyll y Hyde. 1939, el nazismo visto desde dentro’ con el que intentó, desde el exilio, alertar a la opinión pública sobre la personalidad malvada y mentirosa de Hitler, al que retrata como un resentido lleno de odio hacia los que supuestamente le habían humillado. Y profetiza -como así sucedió- que «en el momento en que pierda el máximo poder, que hoy le ampara y le hace inviolable, se precipitará de nuevo a donde le corresponde: al abismo».

*Periodista.