Salvo que Israel levante el bloqueo de Gaza y las facciones palestinas formen un Gobierno de unidad, no tendrán ningún efecto práctico los 3.500 millones de euros aprobados el lunes por la conferencia de donantes celebrada en Egipto. Dicho de forma simplificada: al excluir a Hamás de la administración directa de los fondos, y confiar esta labor al presidente Mahmud Abás, y por extensión a Al Fatá, que no gobierna en Gaza, la eficacia de la ayuda destinada a reconstruir la economía y las infraestructuras de la franja, arrasadas por 22 días de bombardeos israelís, depende de que Hamás adopte el perfil de una formación política convencional.

Todo extremadamente complejo y dudosamente viable, porque si en algo no se ha traducido la devastación de la franja es en el desprestigio de Hamás, convertido en referencia política inevitable para una población aturdida por la destrucción de los bombardeos y la pobreza lacerante. Y este sentimiento de abandono, debidamente utilizado por los islamistas en beneficio propio, puede verse acrecentado por el previsible endurecimiento del Gobierno israelí que encabezará Binyiamín Netanyahu con el apoyo de la extrema derecha.