Si yo fuera brasileño de los que habitan en una favela o en un lugar perdido del país estaría muy preocupado. Me preguntaría: ¿qué ha venido a hacer a mi país el presidente del Gobierno español, José María Aznar, y para qué quiere ver a mi primer mandatario, Luiz Inácio Lula da Silva?

Dicen que entre los dos hay una buena química. Lo que se llama una buena sintonía personal. Pero luego resulta que, cuando de lo abstracto se pasa a lo concreto, se descubren serias discrepancias. Por ejemplo, mientras que para el español lo prioritario es la lucha contra el terrorismo, para el brasileño es la lucha contra el hambre. Y nada tienen que ver sus puntos de vista sobre cuestiones tan variadas como la guerra de Irak, la inmigración o las subvenciones de los países ricos a la agricultura. ¿A qué llamarán buena sintonía?

Aterrado quedaría, si fuera un brasileño de una favela del Mato Grosso o de la Amazonia, al leer que Aznar cruza el Atlántico para convencer a mi presidente de que no debe apartarse de la ortodoxia económica, diametralmente opuesta a la que sigue el venezolano Chávez. Obviamente, la única correcta es la que mantiene él en España, y quedaría horrorizado si tuviera oportunidad de leer en los diarios españoles del miércoles la información de los presupuestos del Estado para el 2004, basados en el catecismo neoliberal en el que se ha de inspirar Brasil. Crecimiento económico, sí, pero sin repartir nada, es el lema. El objetivo de Lula ha de ser el de déficit cero y si para lograrlo las masas han de pasar por el recorte de gastos sociales, bienvenido sea el ahorro, porque es para bien.

Sería horroroso que Lula se dejara convencer.