Al principio éramos jóvenes. Andaba yo con el corazón en blanco y el libro de latín en ristre. Catorce años y todo por delante. Esa edad extraña en que a las bravas tomas partido para los restos. Sonó «¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?» y me quedé con la copla. Burning se vino a vivir conmigo. Así, amarraditos, llevamos más de cuarenta años, lo que dura una noche de rocanrol.

Venían del barrio y se burlaron de su destino. Yo, por entonces, no sabía nada de La Elipa, ni de los bocatas de calamares del Brillante. «Ah no, sin vivir en Madrid no lo entenderás…» Al principio fue solo el destello de una actitud. Todo actitud. Más chulos que un ocho. Castizos en chupa de cuero (y gafas de rock). Malasaña vino después. Después, «like a shot».

Acabé estudiando en Madrid y me apunté al bombardeo de sus rocanrolitos. «Búscame en la barra de cualquier bar…», del Honky Tonk al Vía Láctea, del Sol y al King Creole. Así me fui enredando. Entre cintas de casete, bonobuses y bocadillos de calamares. De los Burning a los Stones pasando por la consulta del Doctor Feelgood. En eso, un día de resaca, al despertar, le descubrí el sentido a lo de «It’s only rock’n’roll (but I like it)». Un sentido hondo, tan hondo como cierto. La vida en dos minutos de canción. La Gran Vía y un código civil iluminado en colores. En rojo y azul. Un código civil que en su primera página presumía del autógrafo de Bo Derek. «No estés más deprimida yo tengo la solución: unas copas y unos amigos; mueve tus caderas cuando todo vaya mal, alante y atrás, alante y atrás una vez más.» Alante, y que baile la RAE (y el corrector de textos).

Burning, con la u por bandera, como si hubiéramos faltado a clases de inglés. Veníamos a reírnos del mundo y hoy, al decir adiós, empiezo a sospechar que el mundo se ha reído de nosotros. «¡Esto es un atraco, nena!» Burning, con la u por bandera, lo que queda de Burning, lo que ha sobrevivido al fuego de vivir deprisa, ha hecho mutis por el foro. Un último concierto y adiós. En la rivera del Manzanares; como mirando hacia la Nacional V, como buscando los rescoldos que aún queman en el Coco, el bar de Johnny. Se va Johnny, el último de aquellos Burning, y con él se ha vuelto a ir Pepe, el tipo que mató el silencio en las calles de Madrid. Ellos dos, como si se tratara del estribillo de la mejor de sus baladas: «éramos dos, era un volcán, éramos dos, un huracán, pero aquello terminó y no sé por qué razón…» Y con ellos se han ido todos los demás. Se ha ido una legión de tipos duros, masculinos a machamartillo, soberbios ejemplos de seres nacidos para perder, carne de talego; se han ido Jim Dinamita y Johnny el Seco y Jack Gasolina… Y ellas. Se han ido ellas, mujeres fatales que al amanecer dejaban «un número de teléfono en unas cerillas»; las chicas del drugstore, viudas y casadas,… Ha vuelto a morir Cristina. No más cajas de cerillas, no más drugstores. No más Burning.

Siempre les he visto desde la primera fila, a modo de una groupie gorda y con bigote. El sábado no. El sábado les vi de lejos, desde lo alto, desde la barra, como esperando verles morir para verles resucitar; pero no, no resucitaron. «Ahora empieza a anochecer y tú no estás…» Nos hemos muerto poco a poco. Pero no del todo. Pepe Risi, que era sabio, decía que un buen concierto de rocanrol no termina antes de hacer Johnny B. Good. El sábado, hoy hace siete días, se fueron de La Riviera sin hacer Johnny B. Good. De momento, el concierto de vivir no ha terminado. Puede que cuando se sequen las lágrimas «alguien te invite a respirar».