TLta voz cálida de Rosa María Mateo me envuelve con sus matices, durante la presentación de una nueva fundación, dedicada a la Transición Española, y lo escribo con mayúsculas, como lo he visto escrito en inglés y francés.

En la mesa presidencial, un hijo de Leopoldo Calvo Sotelo, Gregorio Peces Barba y el historiador Juan Pablo Fussi , que pronuncia una homilía en la que, al revés que en el conocido chiste, se nota que es partidario de la Transición.

Se sienta a mi lado Víctor Márquez Reviriego , sin lugar a dudas, el mejor cronista parlamentario de aquellos años, y le pregunto qué impresión le produce ese conjunto de cabezas canas, muchos de ellos diputados o senadores de la promoción del 77, y Víctor, que conserva un ingenio rápido y certero, dice que podría asemejarse a una reunión de exalumnos de un colegio distinguido. En mi malvada reflexión interior yo había pensado que aquello podría ser la Asociación de Damnificados de la Transición , pero las vigorosas palabras de Peces Barba, alanceando al Partido Nacionalista Vasco, sin ningún complejo, neutralizan mi malintencionado reparo, y llego a la conclusión de que aquí hay madera.

Pedro Antonio Martín Marín me argumenta que, si se logra conformar y rescatar un archivo, ya se habrá llevado a cabo mucho, y no me queda más remedio que darle la razón. Alguien menciona que esto no tiene nada que ver con la nostalgia, pero noto un cierto aire nostálgico, aun cuando Rodolfo Martín Villa parece más preocupado por el futuro que por el pasado.

Crear una fundación para alimentar el espíritu de la Transición no es tan mala idea. Sobre todo cuando vienen los partidarios del Nuevo Testamento, dispuestos a refundar la historia política. Al fin y al cabo, estos señores son la Biblia de la Transición.