XQxue si por qué tenía que ser católica la celebración , que si por qué en la catedral de la Almudena , que si por qué el celebrante era monseñor Rouco ..., y dale, como de costumbre, a aprovechar para arrear caña. Aunque duela, es evidente que vapulear a la Iglesia está de moda. Sigue sonando a progre la ridiculización y el ataque directo a la fe católica.

La gente, el pueblo fiel , asiste con desconcierto y frecuentemente con sufrimiento real a este fenómeno de nuestro tiempo. Te preguntan por qué se dice esto o aquello, se interpelan, acogen las críticas con mayor o menor serenidad y, en muchos casos, sencillamente no hacen caso; digamos que se van acostumbrando. Así estamos. Es un panorama poco alentador para los creyentes: un proyectil tras otro, con un bombardeo constante y monótono. Se soporta como se puede el ataque. Algunos se quejan amargamente: ¡Ay, Dios mío, que nos den un respiro! Otros echan la culpa a los obispos por no defenderse, por no ser más agresivos. Reconozco que es tema frecuente de conversación entre católicos que se echa en falta, con demasiada frecuencia, más y mejor información en la Iglesia. Muchas veces los ataques no son de mala voluntad, sino que surgen del desconocimiento de los atacantes, de su ignorancia sobre la Iglesia actual. Se la tacha de retrógrada, de inadaptada a los tiempos y de no comprender los problemas de la gente. Con sus ideas obsoletas logra sólo el rechazo y el alejamiento de muchos. Salen a la palestra una y otra vez los viejos argumentos apolillados que seleccionó la tradición laicista y anticlerical francesa: las cruzadas, la Inquisición, los papas pecadores del renacimiento con sus concubinas y mundanos poderes... Y tópicos, muchos tópicos. En más de una ocasión, me han dicho por ahí que la Iglesia quemó a Galileo y a Miguel Servet. ¿De dónde salen cuentos como esos? Galileo murió cómodamente en su cama y asistido espiritualmente por un sacerdote; lo que hizo la Inquisición fue prohibir la difusión de algunas de sus tesis. Y Miguel Servet, ferviente católico, fue incinerado por los protestantes calvinistas. He investigado mucho al respecto y puedo asegurar que los Derechos Humanos tal y como se reconocen hoy no serían tales sin el pensamiento del jesuita Suárez, Domingo de Soto, Montesinos, el padre Las Casas, fray Juan de Silva, Francisco de Vitoria y tantos otros. ¿O se inventaron acaso los principios de igualdad, libertad y fraternidad en otro ámbito que no fuera el del humanismo cristiano?

Y no quiere decir esto que no haya fallos en la Iglesia; los hay, en efecto, muchos y algunos graves. Pero... ¿Y todo lo bueno? Nadie habla de los valores positivos que promueve, del derecho a la vida, del perdón, el amor, la fidelidad, la reconciliación, la paz universal, la promoción de los pueblos y la fraternidad entre todos los hombres. Hoy por hoy, soy testigo de ello, no hay otra institución ni mensajes capaces como ella de aportar consuelo a nuestro pueblo ante la desgracia y la muerte. ¿Quiénes permanecen a fin de cuentas en el tercer mundo cuando llega el caos y el terror? Las misioneras y misioneros, claro está. Es de justicia reconocer la maravillosa e ingente tarea llevada a cabo a través de los siglos, dentro de las limitaciones y los fallos de toda obra humana, a favor de la cultura y la humanidad, de esta Iglesia tan combatida, incomprendida y calumniada. Ciertamente, a pesar de esto, considero que no necesita defenderse; sino entenderse ella misma. Los eclesiásticos y, en general, todos los cristianos tenemos que vivir en la incómoda situación de no ser capaces de estar a la altura de los ideales que proclamamos. Es el nuestro un mensaje de luz que nos excede; lo cual, nos estará siempre acusando.

*Escritor