Me encanta el cine. Y si no entiendo mi vida sin libros también soy incapaz de desvincular mi insignificante historia de la del arte mágico que ilumina los momentos oscuros del siglo XX y XXI, llenando huecos de soledad, abriendo "paraísos posibles" al Este y al Oeste del Edén, ilustrando conocimientos y coloreando lo imaginado, lo soñado, lo vivido y lo por vivir.

El cine es lírica, épica, esperpento, costumbrismo, testimonio, creación, sarcasmo, violencia, belleza, fealdad, claroscuro, technicolor, cinemascope y filmoteca. Tardes de sesión continua en un cine de nombre olvidado en la Plaza Urquinaona enlazando una de Marisol con un western de serie B como los que prodiga TeleExtremadura. Con la peli empezada pasaba la tarde entera cualquier sábado de invierno y las noches de verano, en la playa, donde la entrada costaba un duro.

Allí vi desde La condesa de Hong- Kong hasta el Cabo del miedo y desde Ben-Hur hasta El Cid, interpretadas por el mismo hermoso sujeto que luego fue héroe siniestro en El planeta de los simios y en la vida real resultó fanático del rifle.

Porque eso es otra cosa. Los héroes de la pantalla son humildes mortales. Y a veces olvidamos que salvo estrellas adineradas por obra de su arte o su buena estrella son currantes como todos nosotros. Más allá del glamour de una noche de gala está su lucha por la vida. Y no seré yo quien deslegitime sus protestas contra los recortes porque ganan dinero. Me parece cutre e hipócrita la actual competición rubalcabiana por demostrar que gana poco. Todos tenemos derecho a ganar cuanto más mejor y no por ello debemos renunciar a defender nuestras ideas. Llevar un traje caro no está reñido con la reivindicación.

Sí veo mal usar con oportunismo la muerte de un padre. La exhibición del dolor por muy farandulera que se sea me resulta sonrojante. Candela Peña se quejó del óbito paterno en un hospital público, sin las mantas ni el agua que debió exigir en su momento. Comprensible su pena, inoportuno el alarde, tardía la queja. Las candilejas cegaron a Candela. Con o sin aplausos.