Historiador

Doce cantautores y un cantautor-presentador nos trasladaron el pasado viernes en Badajoz a los tiempos de la ilusión, tras el túnel oscuro de la dictadura franquista. Eran de lo mejor que subía a los escenarios en las postrimerías de aquella tiranía, que perseguía a los que entre música, canciones, letras reivindicativas y ansias de libertad nos concentrábamos para oirlos y comulgar con la anhelada democracia. Ahora, veinticinco, treinta años después, nos volvíamos a ver jóvenes y rebeldes, y con el orgullo de una Constitución que se levantó como un sol naciente de la noche tremenda que masacró y amordazó al país: a esta España donde ahora muchos de los herederos de aquellas botas de pisar levantan rostro y se las dan de salvadores, sin el mínimo rubor. Esa noche mágica nos hizo comprender, entiendo, que la democracia, el progreso, la justicia, nuestra libertad y dignidad, hay que ganarlas cada día, que nada está asentado, que pueden embarcanos en sucias aventuras los que a la suciedad están tan acostumbrados. Sí, acabamos gritando no a la guerra , acabamos repudiando la política seguidista de un gobierno que se pliega a los intereses más espúreos de las grandes multinacionales de los norteamercianos. Acabamos coreando nuestras viejas consignas, otra vez jóvenes, otra vez ilusionados, otra vez comprendiendo que, a pesar de lo mucho adelantado, tenemos muchísimo por andar. Nuestros antiguos cantautores estaban ahí, tan frescos y potentes como siempre. Nosotros debemos responder a su reto de seguir el camino de las eternas exigencias, y que no se apoderen de la calle y de las decisiones colectivas los nuevos herederos del desprecio al sentimiento profundo de los pueblos.