Mientras unos indeseables asesinos acababan con la vida de una joven ocultando su barbarie durante más de veinte días, un grupo de jóvenes se afanaba para salvar las vidas de unos pocos desgraciados que desfallecidos, intentaban llegar a la orilla de una de nuestras costas. Esta es la cara y la cruz de sendas historias, una que ha levantado la ira, y la otra que ha suscitado el orgullo de ser del mismo país de quienes no dudan en poner en riesgo sus vidas para salvar a unos desconocidos que huyendo de la miseria naufragan en una de esas pateras que atraviesan las aguas que nos separan. Esas pateras que vienen cargadas de miedo, frío, hambre y desasosiego; pero también de ilusiones y esperanzas, y que en la mayoría de las ocasiones quedan truncadas en el intento. En este caso, el esfuerzo de esos jóvenes surfistas no fue en vano, y seis de esas personas pudieron llegar a tierra sanos y salvos. Desgraciadamente, aunque esta noticia no tenga suficiente miga para conformar programas enteros en medios audiovisuales, no merezcan mucho espacio en los medios escritos, ni sea motivo para largas tertulias radiofónicas para los distintos responsables, no deja de ser una gran noticia. No se trata pues, de solapar una noticia con otra, pero sí de darle el tratamiento que merece, y felicitar a esos jóvenes por la buena labor y el mérito que tienen. Se trata también de hacer una pequeña lectura de esta noticia que nos haga reflexionar sobre la confianza y expectativas que debemos mantener en la mayoría de nuestros jóvenes, que no dudan en salvar vidas en este o en otros casos, que participan en organizaciones no gubernamentales prestando servicios como voluntarios, yendo a limpiar nuestras playas o concentrándose frente a las guerras, injusticias y conflagraciones. Esta forma de proceder es la que caracteriza a la mayoría de nuestros jóvenes, aunque desgraciadamente, tengamos que lamentar que haya unos cuantos criminales, que parecen mayoría cuando el morbo que generan se sirve a grandes dosis en las parrillas televisivas, en las que parece no haber profesionales al frente que se deban a un código deontológico y a unos principios éticos y morales. Desde lo ocurrido con las niñas de Alcaser no se ponen reparos a la hora de contar uno y mil detalles, que no son necesarios, salvo para aquellos que quieran recrearse en el dolor y en el sufrimiento de algo que ya no tiene remedio, salvo la indignación, la impotencia y la voluntad para seguir pidiendo que se haga justicia condenando a los criminales a vivir entre rejas el máximo tiempo que permita la ley.

Por lo demás, debe imperar el respeto hacia esos padres que ante el dolor que les invade no se sabe si son conscientes de lo que determinadas cadenas emiten a diario entre testimonios de menores, fotos y cuantos argumentos les sirvan a esas televisiones y a los periodistas o aficionados que los dirijan.

Y a los jóvenes surfistas, el agradecimiento y la felicitación por su valentía al no dudar en poner su vida al servicio de aquellos a los que el anhelo de encontrar una subsistencia mejor no les pone freno.