Que se movilice a los bomberos, aunque no sepan exactamente las causas del humo, forma parte de los principios más comunes en políticas de prevención. Cuando se trata de riesgo para la salud, la exigencia aumenta. En España esta tendencia tiene sus precedentes: desde el grave episodio del aceite de colza adulterado del año 1981, hasta el más reciente del aceite de orujo o la crisis de las vacas locas, pese a que en estos casos el riesgo para la salud era manifiestamente distinto, cualquier amenaza vinculada al consumo diario de alimentos se convierte en exigencia inmediata de información. Ahora ha sido por un caso menor, casi intrascendente por lo que supone de riesgo real para los consumidores: el uso malévolo de la melamina --un derivado plástico-- por fabricantes chinos de caramelos. Como algunas de las tiendas y restaurantes chinos españoles que distribuyen caramelos fabricados en su país no se enteraron de que debían retirar el producto, se ha encendido la alarma. Quede claro que no es comparable con lo sucedido en China, donde la leche adulterada se destinaba directamente a alimentar bebés, lo que ha provocado decenas de muertes. Es obvio que las proporciones son determinantes: no es lo mismo alimentar a un bebé que utilizar un producto lácteo, en cantidad ínfima, para fabricar chuches. En el caso de Extremadura, las autoridades sanitarias movilizaron a los inspectores para certificar que no había productos de este tipo en la región, cuestión que por ahora está certificada.