Muchos conocerán la famosa frase, que popularmente fue atribuida a Enrique IV, Paris vaut bien une messe, es decir, París, bien vale una misa.

Resulta que el buen Enrique de Borbón, francés, hugonote y protestante, no puso reparos a convertirse al catolicismo si con ello reinaba en Francia, requisito indispensable por aquel entonces, y de ahí la frase que, no está claro la pronunciara el rey francés, pero que fue atribuida por su pueblo, resumía, que con tal de llegar al sillón real, no importaba si había que cambiar sus principios, con tal de asumir la corona. El reino, bien valía una misa católica.

Después de las últimas elecciones, a misa va cualquiera, y lo peor, da igual la confesión, lo que importa es el reino, el ministerio, el ayuntamiento, la diputación, o hasta la más inmisericorde concejalía.

Si bien, cada momento histórico y personaje coetáneo, hay que verlo y valorarlo en su contexto social y político, hoy, los conversos, pactantes y pactados, por París, Madrid, o «Villaconejo de abajo tirando a la izquierda» están dando una imagen impropia de una democracia en convivencia, libre y respetuosa de su diversidad ideológica.

El esperpento que hemos vivido y estamos viviendo de cambio de cromos y de sillones por concejalías, alcaldías, diputaciones, comunidades, ministerios y vaya usted a saber, es un bochorno, sonrojo y auténtico escarmiento para aquellos ciudadanos que dieron su confianza a unas ideas, principios y credo (no me refiero a la religión), creyendo que al menos, en paralelismo a Enrique IV, votaban a los protestantes, para encontrarse ahora a un católico.

Sea o no de mi agrado la elección libre de los ciudadanos, es mi obligación y debería ser la de nuestros políticos, respetarla y jugar con la representación y porcentaje que la ciudadanía me ha otorgado y obrar en consecuencia, procurando sacar aquellas medidas que me son propias y en las que mis votantes confiaron defendiera, y no ahora traicionare.

Cuando nuestros partidos políticos se den cuentan que son las medidas adoptadas y a adoptar las que deben prevalecer y no la guerra de sillones, otro gallo, español, no francés, nos cantará a todos, en luterano o en latín, pero en beneficio de todos los ciudadanos, no sólo de quienes se erigieron como coristas y ahora se convierten en solistas.