Escritor

Conocí a Miriam Tey en 1989, cuando presentamos en Madrid Al dios del lugar, el libro de Valente. Era una chica guapa que trabajaba en Tusquets. Acabamos en un pub donde Beatriz de Moura y Toni Marí se pasaron la noche bailando. He seguido sus pasos estos años, en especial desde que fundara Ediciones del Bronce, donde publicó libros de autores del llamado Tercer Mundo y algunos, los últimos, de mi admirado Gimferrer. Ahora, ya en El Cobre, ha editado (y reeditado) el famoso libro Todas putas de Hernán Migoya que le ha catapultado a la fama.

Confieso que me extrañó su nombramiento de directora general del Instituto de la Mujer, aunque sabía de su talante popular, y que no he leído el libro. El título tira para atrás y es mucho lo que hay que leer como para perderse en según qué cosas. Sí he tenido acceso a fragmentos y, por añadidura, he escuchado mil comentarios acerca de él.

Como escritor, estoy en contra de cualquier método de censura, del más sofisticado al más burdo. Lo políticamente correcto, esa doctrina norteamericana que con tanta alegría como inconsciencia hemos asimilado, es una de sus formas más implacable.

Han sido muchos años luchando en España por la libertad de expresión como para ponernos ahora estupendos. Sé por propia experiencia hasta dónde puede llegar la realidad y la ficción, la sinceridad y el fingimiento. Como no estamos ante un ensayo sino ante un libro de cuentos, ante un ejercicio literario en suma, debo dar por hecho que prima la verdad de las mentiras o las mentiras de la verdad. Vamos, que nada es lo que parece y todo lo es. Quiero decir que lo importante en literatura es el resultado, lo escrito, el libro, y que eso nunca debe confundirse con el autor, ni siquiera con sus intenciones u opiniones, pues que puede intentar ponerse en el lugar del otro y ese otro puede ser un asesino o un torturador o, por el contrario, un santo o un ángel. El ejemplo que tengo más a manos para explicar esta paradójica situación es el de la tópica pregunta que se le hace al novelista: ¿Su novela es autobiográfica? Pues ni sí ni no, sino todo lo contrario. Cosa distinta es que, como lector, esté dispuesto a tragar ciertos sapos, a comulgar con ciertas ruedas de molino planteadas como ideas de algún siniestro personaje. Basta entonces con que ejerza mi derecho a no comprar el libro o a cerrarlo si ya lo he hecho. Estas verdades de Perogrullo, que conocen de sobra quienes leen habitualmente, gente acostumbrada a encontrarse entre líneas con todo lo que sucede en la vida, de lo más simple a lo más complejo, de lo más agradable a lo más duro, sólo pueden extrañarles a quienes no leen nunca.

En el caso de Tey, la incompatibilidad resulta de unir el cargo político con su gestión editorial, más si relacionamos ese puesto y la justificada sensibilidad de las mujeres, a las que en cierto modo representa, y de los hombres, ante el cruel asunto de los malos tratos. Que luego, a rebufo, Monago pida la dimisión de Ibarra porque la Editora Regional ha publicado Fuegos de Liborio Barrera, es parte del sainete a que este señor nos tiene acostumbrado cada vez que habla de cultura. Como cuando dijo que los escritores extremeños no eran conocidos fuera de Extremadura. Los que él frecuenta, sin duda.

Si llevamos hasta las últimas consecuencias este asunto, acabamos quemando libros, vaciando librerías y bibliotecas. No deberíamos perder de vista lo que importa. A favor de la libertad. Más allá de las coyunturas electorales.