La reciente Medalla de Extremadura concedida a la poeta Ada Salas (Cáceres, 1965), aparte de reconocer una trayectoria de calidad y originalidad indiscutibles, viene a llamar la atención sobre un momento dulce de la lírica extremeña. No hace mucho, me tocó estar en el tribunal que evaluaba un TFG sobre la poesía de José María Gabriel y Galán. No pude dejar de observar que, en lugar de dedicarse tanto a poetas muertos de segunda y tercera fila, o recuperar a autores a veces justamente olvidados, valdría la pena ocuparse más de los vivos, aunque de poco servirá mi opiniónmientras algún eminente catedrático siga predicando que solo es lícitoanalizar, cual forenses, a lospoetas difuntos «pues solo así se aprecia el sentido de su obra».

En la misma Cáceres residen poetas de valía indiscutible, cada uno desde escrituras muy distintas, como Javier Pérez Walias,Basilio Sánchez,Irene Sánchez Carrón, Mario Lourtau, José María Cumbreño o Julio César Galán. Este último, siendo el más joven (nacido en Cáceres en 1978), es seguramente el de mayor proyección internacional, habiéndose publicado antologías de su obra en México o Argentina.

En los últimos años (ya era hora) ha aumentado la relación entre poetas de uno y otro lado del charco, a lo cual ha contribuido también el desembarco aquí de algunas editoriales de prestigio, como la chilena RIL Editores, que en su colección Aerea (surgida de la homónima revista chilena, que publicó en su momento las primeras traducciones de Paul Celan en Hispanoamérica) acaba de publicar la antología Donde es aquí, que recoge una selección de los cinco principales libros de Galán. El libro agrada de momento por su hermosa cubierta, marca del exquisito gusto editorial de quien se ocupa de la colección en España, el extremeño Francisco José Najarro Lanchazo (Zafra, 1987), asentado en Granollers, y también estimable poeta.

LA SELECCIÓN que el propio Galán ha realizado de sus cinco libros (que deja fuera, quizás inmerecidamente, al primero, El ocaso de la aurora) muestra su evolución desde una poética, en Tres veces luz (2007) de clara raigambre modernista (Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez entre sus maestros) según la cual «cada cosa es un viaje» o «una correspondencia» que ha de establecer el poeta, que «humaniza las cosas». Poesía vitalista, que se nutre también de la filosofía de Nietzsche (al que homenajea en ‘Sobre el nivel del mar’) y de su empeño, a pesar de los pesares, en ‘perdurar en la alegría’, según concluye su poema Regreso para celebrarme. Se trata de una lírica, sin duda, de exaltación del yo, acompañado en ocasiones de la amada, esa ‘mujer / que creció con tu cuerpo’, según dice el poema inicial de Márgenes (2012) donde cobra mayor presencia la naturaleza, que alzará el vuelo en Inclinación al envés (2014), su poemario hasta ahora mejor acogido por la crítica y donde bajo el motivo de los pájaros (patos, oropéndolas, mirlos, alondras, gorriones, gaviotas) se expresa ese anhelo de libertad que corre parejo a una experimentación formal cada vez más marcada, y que ha teorizado en sus Ensayos fronterizos. Entre el poema y la heteronimia, también publicado por RIL.

Su siguiente libro, El primer día (2016) es una floresta de tachones y versiones alternativas, un esbozo no resuelto de esa búsqueda de un poeta siempre inconformista, que en Testigos de la utopía (2017) presenta un contenido político nuevo en el autor. Surgido en parte de su experiencia como lector de español en Argelia, durante la fallida Primavera árabe, en su breve emigración, compartida con tantos jóvenes españoles en los años de la crisis, el poeta anhela el retorno a la familia: ‘¿retornar es buscarse? / la casa es la mujer”, más aún cuando además está de fondo “el recuerdo de mi hijo’.

* Escritor