La expresión comercio justo es uno de los lemas más comprensibles con los que se presentan los partidarios de otro modelo de mundialización. Este fin de semana hay muestras públicas en diversos puntos de España. Su mensaje es doble. Primero, que sepamos que muchos de los productos que compramos a buen precio van contra los acuerdos internacionales de protección de los trabajadores en general, de los menores de edad, en particular, y también contra las reservas biológicas del planeta.

Sin embargo, es el otro aspecto de estos puestos de venta de alimentación y textiles, promovidos por ONG solventes, el que debería mover a más reflexión. En la oferta de Comercio Justo hay infinidad de productos baratos que si no son accesibles a nuestros mercados habituales es porque hay leyes de comercio injustas que lo impiden. Las principales, las barreras arancelarias que aplica la UE --con el apoyo de sectores agrarios e industriales españoles-- para dificultar la importación de esos bienes. Aquí radica la contradicción: o aceptamos que lleguen a los países ricos esas mercancías elaboradas justamente en el Tercer Mundo o quienes las pueden fabricar acabarán emigrando ilegalmente.