Ahora que estamos en campaña electoral y a todos los partidos del signo que sean se les llena la boca haciendo promesas que saben de antemano que no van a cumplir y donde el concepto democracia tiene una presencia desmesurada en el cual se cobijan todos. Es curioso observar como todo el mundo presume de demócrata, olvidan que el demócrata lo es, por sus hechos y por su comportamiento, no lo es porque él lo diga, de ahí que a partir del próximo 9 de marzo se verá como el que es demócrata de verdad continuará siéndolo y el que no lo es, volverá a ser lo que siempre ha sido, pero eso sí, hasta las próximas elecciones.

Por eso me gustaría señalar algunos peligros que encierra la democracia, sobre todo para los ciudadanos que discrepamos de ciertas cuestiones e intentamos mantener nuestras convicciones a sabiendas que al no entrar por el redil estamos condenados a pagar un precio muy alto, pero lo soportamos porque por encima de todo está la libertad, tantas veces vulnerada y tantas veces pisoteada.

En las dictaduras la discrepancia política se resuelve con la cárcel o la muerte para el disidente. En los sistemas formalmente democráticos el guante que se usa para neutralizar al aguafiestas que pone en duda la verdad oficial es mucho más blanco: se hace ver que el rebelde es una especie de entrañable chiflado cuyo paso no va al ritmo de los tiempos. De una opinión contraria a la divulgada por el establisment se dice que no concuerda con las conquistas de la modernidad. El disidente se convierte, tenga la edad que tenga, en uno de esos viejecitos que hablan solos sentados en el banco del parque sin que nadie se detenga a escucharles.

Detrás de tan hábiles estratagemas se encuentra el descarado propósito de uniformar a la opinión pública sin sucumbir al mal gusto de utilizar medidas directamente represivas. Hay que ser un asiduo consumidor de información para darse cuenta cabal de cómo se realiza esa masiva inoculación de un único mensaje estupefaciente, apena maquillado con tres o cuatro matices inocuos para que la operación no se note demasiado.

Tal vez no hayamos llegado a extremos sombríamente descritos por Orwell en su novela, pero el Gran Hermano está ahí y hace muy bien su trabajo.

Es posible que de cada diez personas, nueve opinen de una manera y sólo una de la manera contraria. Pero también es posible que sea ese ciudadano desamparado el que tenga razón. Olvidarlo es no haber entendido nada de lo que realmente significa el concepto democracia.

*Cantautor