Cuando a alguien se le diagnostica una grave enfermedad, de tratamiento prolongado y final incierto, se produce un cambio. Casi todos los testimonios certifican que uno reflexiona en mayor profundidad que antes, se lo replantea casi todo, y hay ocasiones en que se ejercen radicales cambios de vida.

El miedo y la incertidumbre empujan al ser humano fuera de la zona de confort que tanto nos gusta, y solo desde ahí somos capaces de observar nuestra vida con la objetividad necesaria para evaluarla y modificarla correctamente.

Si a una de esas personas que recibe la mala noticia le dicen que todo mejorará si deja de recibir la luz del sol, y que cuanta menos luz reciba mejor se encontrará, es muy probable que en la mayoría de los casos esa persona deje de ir a la playa. Es raro pensar que alguien decidiera incrementar las horas de sol, a cambio de impregnarse de crema con el máximo factor de protección solar.

Pensé en esto cuando leí que se había autorizado a los establecimientos hosteleros a incrementar sus terrazas. Durante los peores momentos de la pandemia han estado prohibidas las reuniones porque el contacto personal es la principal vía de contagio. La buena evolución ha permitido ir relajando medidas tan estrictas, y se va recuperando poco a poco la vida que hacíamos antes. Sin embargo, el virus no ha desaparecido. Y, por tanto, no se puede hacer la vida que hacíamos antes. Pero nos empeñamos en que sí, en que debe hacerse.

Si se permite un aforo limitado en las terrazas es porque son un espacio de peligro. Primero y fundamental, por el contacto entre personas de la misma mesa, entre las cuales puede haber un contagiado asintomático. Segundo, por el contacto entre mesas, por la misma razón y porque, además, se encuentran personas de círculos sociales distintos. Tercero, por el riesgo de contagio de los profesionales que atienden, y que al estar en contacto con cientos de personas al día, tienen muchas probabilidades de contraer el virus si no son muy estrictos con las medidas de higiene; ellos, a su vez, podrían contagiar después a los clientes.

No hace falta pensar mucho para comprender que autorizar a los establecimientos a poner más mesas para recuperar el aforo perdido por las normas de la desescalada, incrementa los riesgos en vez de disminuirlos. Hace más difícil mantener las distancias entre mesas y, además, incrementa los otros dos factores: al haber más mesas hay también más personas sometidas al riesgo dentro de cada mesa, y también aumenta el riesgo de los camareros que tienen que atender a más clientes. Es decir, se eleva el riesgo global.

Lo racional, y lo que suele hacer cualquiera que valore su vida, es dejar de tomar el sol si su médico le dice que cuanto menos lo tome mejor evolucionará su enfermedad. Hay un hecho estructural que hay que cambiar: tomar el sol. No se trata de tomarlo con crema protectora o sin crema protectora, en la playa o en el jardín de casa. Se trata de dejar de tomarlo.

Es evidente que en esta desescalada no se están tomando decisiones racionales desde el punto de vista de la salud pública. El ejemplo de las terrazas es uno de los más llamativos, pero hay decenas de ellos. ¿Por qué? Hay un hecho estructural que no somos capaces de cambiar: el consumo. Me dirán que el problema no es el consumo, sino el contacto físico. Ahora piensen qué porcentaje del contacto físico se produce en torno al consumo, y verán dónde está el problema. El virus de nuestro sistema social es el consumo, pero estamos patológicamente enganchados a él. No queremos realizar cambios estructurales, porque no hemos aprovechado esta crisis para reflexionar como lo haríamos si nos diagnosticaran individualmente una grave enfermedad.

Claro, que esto no es una enfermedad individual, sino colectiva, y no somos soberanos. Cuentan los poderes, incluidos los económicos. Es hora de enfrentarnos a la incómoda verdad: finalmente hemos hecho lo mismo que todos los países, priorizar la economía sobre la salud. Solo bajo esa perspectiva se entiende una desescalada apresurada y poco racional. No deberíamos someternos al azar, pero: crucemos los dedos para que los síntomas de debilitamiento de la pandemia se mantengan hasta después del verano.

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