Desde mi ventana no se ve el mar. Esta larga cuarentena se me está yendo sin mares que otear. Con los recuerdos en solfa. Tal vez ocurriera o tal vez no. Al principio los varones matábamos más que los virus. ¿O tal vez fuera al revés? Depende de cómo votes, si con la derecha o la izquierda. Diestro o siniestro. Pronto aprenderemos a respirar con un solo pulmón, el derecho o el izquierdo. Según votes. O viceversa. Según respires. Pudiera ser. ¿Respirar? Algunos respiran mal en los tiempos del cólera. Respirar mal es como para morirse un poco. Y cuando te mueres un poco es casi como si te murieras del todo. Se murió el hermano de Juan Calixto. Y se me murió Cipriano...

Otros siguen con su cruz a cuestas. Ya había enfermos camino de su propio calvario antes de que el virus se nos colgara dentro. La enfermedad es parte de la vida. Han vuelto a operar a Marco (otro que me respira mal). Marco es una cordillera. Marco ha bajado a la tierra a darnos ejemplo de entereza. Y en esas anda, tratando de respirar. Desde su habitación del hospital me envió una foto y casi me cuadro. Eduardo también anda en esas; con el ánimo encendido y la voluntad firme. O eso creo. La enfermedad a pie de calle, canalla y arrabalera.

Y el hambre. Jesús me cuenta que están contra las cuerdas. No hay para tanto como se necesita. Jesús dedica su tiempo a la noble tarea de ayudar a quien lo necesita. Y lo necesitan muchos. Y los que vendrán. De vuelta a la miseria. Ellos que somos nosotros.

Otros seguimos escondidos en paz (y cautiverio). Alfredo, allá donde España linda con Portugal, a bordo de un alcornoque ibérico. En Madrid sigue Antonio, envuelto en toros y pitanzas. Carlos, desde Vitoria, cada mañana me envía las efemérides taurinas. Y Pepe ha vuelto a Trondheim. Así van pasando los días a la sombra de una sombrilla que me parapeta de la enfermedad. ¿Qué será de nosotros cuando la enfermedad nos alcance?

Paco, inasequible a todo desaliento, sigue tertuliando los martes. Los sábados hago lo propio con mis hermanos de la Cuchara; por internet, para verle mejor los sombreros a Patuco y para ver a Raúl, que vuela ahora por Alemania. Unos me cuentan alegrías, otros penas. Otros callan. Jaime no. Jaime, desde Malcocinado, anda escribiendo su propia aventura (mitad soldado, mitad autónomo), como todos los autónomos que en el mundo han sido. El otro Jaime, el joven Jaime, ha caído en el paro, pero mantiene el corazón alzado. José me dice que ya no abrirá su restaurante; que lo traspasa.

Con algunos me enfado si opino (o si opinan); no sé quien desenfundó primero. Opinamos entre miasmas. Hasta la asfixia. Entre palmas y cacerolas. De Iván no sé nada. Le supongo ocupado. A la del quinto, una estudiante italiana, se la llevaron cuando todo esto comenzó (en ambulancia). Me gusta oír Radio Clásica mientras escribo. Y por las noches oír el audio que me envía Juanma (columnista de este periódico, cinéfilo y enfermo sublime, amén de poseedor de dos pies cuya desnudez esconde en calcetines de colores). Tienen su guasa. El audio y los calcetines. Y el Periódico. Sigue habiendo, para poder respirar, letras en el kiosko cada mañana. Para leer que nada mata tanto como la falta de aire, que con ocho minutos basta para morir. Ojalá para todos haya (en los pulmones) buen viento y puerto seguro. ¿Por qué ruta 66 andará Antonio?

Y Felipe, claro está. En coronarias, cuando estuvo al borde de la muerte, se despachó un librito delicioso; ahora anda pariendo otro. Lo titula ‘Crónica del Confinamiento’. Cada noche me envía un capítulo. Felipe escribe por dos. Tiene un plumazo. Con perdón. Cada noche me saca de la roca en que vivo. Y miro. No, no se ve. Y, sin embargo, hay veces que creo ver la mar desde mi ventana.