Queridos siberianos, daos por jodidos. Y punto. Y pronto. Por los siglos de los siglos, amén. Antes bien, en la medida de lo posible, pasaos por las urnas el 10 y votad -con alegría- al amo de turno. Luego ya, si eso, os laméis las heridas, para que dentro de otros cuatro años (o los que se tercien) os cantemos otra milonga…

Puebla de Don Rodrigo es un pueblo destartalado y triste en el camino del orto (vulgo: allá por donde nos nace el sol). El sol viene de Valencia, como las naranjas (y la horchata). Puebla es parada que no llega a fonda. La Virgen del Pilar come menú en una honrada casa de comidas frente a la gasolinera. Y comen los cazadores… En Puebla huele a pólvora. Y a polvo (del camino a Valencia). No sé si pasó por aquí santa andariega alguna, ni si tuvo ocasión de bendecir a tanto desterrado hijo de Eva. En todo caso tendría mérito. Ahora el mismo mérito que en el siglo XVI; porque estos andurriales están, capa de asfalto más o menos, tal cual. Se come bien frente a la gasolinera de Puebla de don Rodrigo... pero el guiso tira a triste.

En Extremadura hay pueblos destartalados y tristes. No los nombro por pudicia. Por si alguien, en una mala alineación de planetas, me leyera. Los hay del orto al ocaso. Y viceversa. «Gloria a la patria que supo seguir sobre el azul del mar el caminar del sol…» Nuestros mejores ya no habitan Extremadura. Se fueron. Como se fueron de Puebla de Don Rodrigo (dejando solo cananas, ladrillos sin encalar y polvo…) Y desterrados. Yo también menudeo frente a la gasolinera, siempre envuelto en pena, siempre acechando una revancha de siglos.

Treinta años llevo viajando al mar latino desde estas dehesas nuestras. Me doy por jodido (y contento). Ahora desde Ciudad Real hay una autovía de pegolete para mí (solo); no mintamos, cuatro gatos y el de la trompeta. Y en lo que no es autovía hemos mejorado bastante. Las curvas del pantano ya son un recuerdo vago. Solía yo parar en Peloche y mirar. Extremadura es para mucho mirar. Tuve un perro que, en una de esas paradas, en lugar de mirar prefirió bañarse sin atender a mis voces, por su cuenta y riesgo, y para mal de mi auto. No quiso esperar al mar azul de nuestro imperio azul, prefirió los mares interiores del alma mía. Extremadura, por ejemplo.

Lo de la Nacional 430 se lo cuenta mejor -en palabras sabias, ordenadas y exactas- Antonio García Salas en su artículo de ayer. Léanlo. Yo solo les barrunto lo mío: la pena de ir muriéndonos de Santa Amalia en adelante. En mi memoria un camino de tierra, un cruce y un barrabás. Sobrevivimos los tres (el tractorista, el perro y yo). Tristes y empolvados. Carretera y manta.

Ahora leo que la Junta de Extremadura, milonguera excelsa, no recuerda la letra de su propia milonga. Treinta años después, ni sabe ni contesta. Nada. Chamullando silencios tan avergonzados como vergonzantes; Tancredo ignora por dónde se va al orto. Las declaraciones de la consejera son patéticas. Que lo estudiarán, dice. ¿Ahora? ¿Ahora van estudiar lo que lleva veinte años prometido? Es evidente que hay elecciones de por medio y no conviene despertar a los dormidos antes de que voten (sonámbulos). Tan evidente como que la autovía, si se hace, se hará por el camino más largo. Que al ir a Valencia no nos cegará el sol del amanecer. Que mejor tomar rumbo al sur y media vuelta para que en Puebla de Don Rodrigo sigan cazando en calma y sin compaña. Y en Herrera del Duque. Y en Navalvillar de Pela. Ha callado el presidente, pero sus alabarderos pregonan la traición. Si el alcalde de Villanueva de la Serena, un tipo con alergia a perder, se cambia de bando por algo será. Daos por jodidos mis hermanos. Seguid mirando en soledad, con el alma humilde en ristre, las olas de los pantanos.