El otro día recibí una triste noticia: Inés, de 20 años, falleció inesperadamente. La noticia no fue lo único que me sacudió. Buscando los datos de su funeral, escribí en Google su nombre. Efectivamente, el primer enlace al que pude acceder fue el de su esquela, pero más abajo vi algo que me estremeció, su perfil de Facebook. Allí estaba ella, de apariencia tan viva. Cuando eres joven, te resulta difícil pensar en escribir tus últimas voluntades. Pero es que el mundo avanza a pasos agigantados, y tal vez hoy en día necesitemos dejar también nuestras contraseñas de la red, para que alguien pueda practicarnos la eutanasia on line cuando faltemos. ¿Alguien tendrá las contraseñas de Inés y podrá encargarse de dar sepultura a sus perfiles virtuales? ¿O, por el contrario su alma 2.0 estará destinada a vagar por ahí hasta que Facebook o la corporación que sea la inhabilite por inactividad? Cuando sus seres queridos vuelvan a entrar en sus propios perfiles y vean a Inés entre sus amigos, ¿no se les hará la visión demasiado dolorosa? ¿Y qué decir de todos los amigos que aceptamos en Facebook con los que apenas tratamos? ¿Cuántos de esos tenía Inés que aún no sabrán que ha muerto y acaben enterándose porque un tercero haya escrito en su muro ±hoy hace un año que te fuiste, no te olvidamos, Inés?O. No podemos impedir que el mundo avance a pasos agigantados, pero, ¿estamos preparados para compaginar bien nuestras vidas y muertes dentro y fuera de la red? De lo que sí estoy segura es de que la industria del cine aprovechará esto, y en breve producirá una película de terror en la que el alma 2.0 de un joven muerto enviará galletas de la fortuna a sus amigos de Facebook. El mundo avanza a pasos agigantados, pero, ¿hacia adelante?

Eva García Fernández **

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