Cuenta nuestro exiliado cacereño Cercas (en su fabuloso "Anatomía de un instante") como en los meses previos al Golpe de Estado del 81, y coincidiendo con su enésimo enfrentamiento con la Casa Real, se desató una furibunda campaña en la prensa contra Adolfo Suárez . Lo de coincidencia es un evidente eufemismo. Y la campaña orquestada sólo tenía un objeto: el público descrédito del entonces presidente. Fíense poco de las aparentemente espontáneas corrientes de opinión que parecen nacer de la nada, pero generan mucho ruido. Tormentas en vasos de agua, pero salpican. Siempre hay un pez que está al mando de ese banco unidireccional. Pero (casi) nunca se le ve.

Ahora le ha tocado el turno a Madrid. Al hilo de un puñado de desgranadas noticias poco esperanzadoras para la capital, se ha montando una campaña que pinta un desolador paisaje madrileño. El fiasco de los juegos, la caída de los pasajeros en Barajas, la inercia de la menor inversión... todo ello ha sido plasmado en los medios como inequívoca muestra de que Madrid es ya una urbe decadente, más allá de posibilidad alguna de redención. Como un páramo cultural, con una vida social en retirada hemos pasado del "Madrid me mata" al "Madrid se muere", sin solución de continuidad.

¿Madrid languidece? ¿De verdad? Sea o no cierto (que no lo es), y al margen de los intereses creados (que los hay), lo cierto es que esa campaña de descrédito se ha colado como un interrogante en nuestra consciencia, y traspasado fronteras. No creo que fuera otro el objetivo de todo esto, por cierto. Así que me pregunto, por comparación, si Cáceres está también en la senda del deceso rápido.

¿Está paralizada Cáceres? Claro que como cacereño esto me preocupa. Y más si veo que es un debate que se viene disparando en los últimos meses, eso sí, plagado --como no-- de connotaciones e intenciones políticas. No veo como la inercia de una ciudad puede depender única y exclusivamente de la gestión de una corporación municipal, así que no me trago ese cuento. Del que venga, por cierto. Si realmente quieres hacerte la pregunta del estado de las cosas en Cáceres, tienes que tener la generosidad de olvidarte de los colores; o, por lo menos, usar sólo el verde y blanco.

XEL DEBATEx político, por naturaleza, posee un tono artificial que impide tener una vista más general de la situación real. Sesgado, ya que no cabe otra opción, es fácil caer en la complacencia de hacer análisis al estilo Michael Jackson : o es blanco o es negro. Pero ni de lejos. Si me olvido de ello, y me hago a mí mismo la pregunta de si Cáceres está "muerta" o no (pregunta que sí he visto hacerse a muchos cacereños), me mojo. No. Pero esta respuesta requiere matices. Entre ellos, que la ciudad lleva casi veinte años instalada en un lento e inexorable declive, en un paulatino desacople de la generación de oportunidades, y (sí) con cierto complejo que no termina de quitarse. Y en esas dos décadas ha habido gobiernos de signos distintos, así que no cabe reducir y jugar al indios y vaqueros. No es la (única) razón.

Tampoco es que Cáceres tengo rasgos especialmente distintos de otras ciudades españolas de su tipología. Las "provincias" siempre han dado ejemplos de ciudades paralelas. Pero es igualmente cierto que se viven desarrollos divergentes en muchas ciudades. No está muy mal tirada por ahí la comparación Badajoz-Cáceres.

Lejos de mí cualquier intención hace sociología barata. Pero Cáceres tiene eso que llamamos, con mixtura de orgullo y desdén, el "catovismo". Tan glosado, como denostado en ocasiones y exaltado en otras. Lo cierto es que ese catovismo posee unos resortes algo mezquinos que pueden estar en la raíz: el conformismo y la oposición por sistema. Sé que duele, pero es alarmante contemplar cómo se asumen sin reacción alguna determinadas decisiones, cambios inexplicables. Y se confunden el confort y la calidad de vida con esa inexorable pereza otoñal en la que se ha instalado la ciudad. Y no es justo lo fácil que se alinean muchos en la ciudad para constituir vallas, obstáculos y paredes de prejuicios ante muchos proyectos, ideas. En no pocas ocasiones, sólo por saber de quién vienen o por puro uso de filias y fobias personales. Otro día, si les apetece, hablamos de gestiones y programas incumplidos. Pero hagamos autocrítica primero: a ver si el descrédito vamos a ser, precisamente, nosotros mismos.