Cuando el médico no tiene mas remedio que aumentar a un enfermo la dosis de la misma medicina que le viene prescribiendo desde que diagnosticó la enfermedad, significa, por un lado, que la gravedad del enfermo persiste y, por otro, que el médico que la trata cree que está aplicando la terapia correcta. La Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) decidió el pasado martes bajar el tipo de interés oficial del dinero 0,75 puntos, hasta dejarlo en el 2,25%. Para los mercados bursátiles, tan proclives a comportarse como un balancín, la medida era la que habían esperado y, por tanto, la que consideran acertada. Otros analistas hacen de la situación un diagnóstico distinto y se apuntan a la teoría de que la decisión de la Fed refleja la impotencia de atajar el incendio iniciado en el pasado mes de agosto, con la crisis de las hipotecas-basura, para el que no se han encontrado cortafuegos.

El diagnóstico más revelador lo ha aportado el director del Fondo Monetario Internacional (FMI), el organismo que tiene como misión principal la de garantizar la estabilidad de los mercados, pero que paradójicamente apenas ha sido protagonista en la actual crisis. Dominique Strauss-Khan ha dicho que la crisis es global --no se circunscribe solo a los Estados Unidos-- y duradera. O lo que es lo mismo: mucho más profunda de lo que se ha pretendido. Y que no hay que medir su mejoría o empeoramiento por los comportamientos cambiantes de los mercados bursátiles, sino por lo que advierten los bancos centrales.

El análisis de la coyuntura, cercano a las tesis europeas, es claro. Lo que empezó por ser una crisis de liquidez, es decir, falta de dinero en el mercado porque los bancos no se prestan entre sí, ha acabado desencadenando otro mal peor: la falta de solvencia de algunos de los grandes bancos de inversión. En este aspecto, la novedad es que el tratamiento de choque que han aplicado los bancos emisores de EEUU, Unión Europea, Japón e Inglaterra, al hacer préstamos a muy corto plazo para que las entidades financieras puedan equilibrar su balance, ha servido a las que tenían menos riesgo, pero se han mostrado inútiles para las que ya estaban condenadas. Dinero público malgastado, en definitiva.

Por otro lado, ya no es posible seguir manteniendo la ficción de que la crisis es financiera --y monetaria, atendiendo la revaluación creciente del euro frente al dólar-- y que en la práctica no afecta a la economía real. Sí le afecta, y de lleno. Lo saben ya empresas y particulares que tienen necesidad de pedir un préstamo. También en España, donde, a diferencia de otros países, la crisis es de liquidez pero no de solvencia. Falta dinero porque nuestras entidades de crédito, que durante el tirón del sector inmobiliario tuvieron que importar capital de otros países con excedente de ahorro, se encuentran ahora con que ya no les renuevan aquellos préstamos. Dentro de este panorama se han destacado algunos comportamientos rigurosos y tranquilizadores. Uno de ellos es que, gracias a la presión inspectora del Banco de España, --y a diferencia de la permisividad anglosajona--, bancos y cajas de ahorro mantienen en nuestro país un estado de cuentas que no es motivo de preocupación.