Cada día que pasa, estoy más convencido de que los partidos políticos son más perjudiciales para la democracia de lo que lo son los miembros que los componen. El colectivo, que se configura en torno a esa estructura organizativa, diluye lo mejor de la individualidad, y fuerza, sigilosa o violentamente, a agachar la cerviz y hocicar con lo que impongan los altos mandos.

Los partidos no suelen representar espacios confortables para los librepensadores. Pocos de sus cargos institucionales se atreven a votar algo distinto de lo que indican los que ocupan la primera fila del poder. Y la mayoría de los que sitúan los principios por encima del cómodo cobijo de la siglas acaban huyendo de la asfixia que producen los chalecos con que se aprisiona a correcaminos y versos sueltos.

Porque no es ninguna novedad que, en los partidos políticos, se prefiere la uniformidad a la disidencia, el aplauso al carraspeo, la vagancia a la hiperactividad, la postración a la lealtad bien entendida, y hasta la puñalada por la espalda a la sinceridad del que va de frente. Y lo cierto es que, en todos los actuales, se cuecen habas, independientemente de cuál sea su tendencia ideológica o su edad. Pero, también, que hay diferencias entre cada uno de ellos a la hora de resolver las disputas. Porque los hay más elegantes y discretos. Otros, en los que la zafiedad aflora con el primer roce. Algunos, en que se castiga la discrepancia con silencios y desprecios. Y unos pocos en que se lleva cada enfrentamiento a la plaza pública. En fin, que cada uno resuelve las cosas a su manera. Pero todos persiguen lo mismo: la uniformidad. Y eso es un imposible, hasta en las familias.

Por eso, por lo inaccesible de tal pretensión, y, sobre todo, por lo pernicioso y nocivo del afán colectivizador que subyace, ahora -precisamente ahora- en este momento de zozobra e ingobernabilidad, habría que hacer de la necesidad, virtud, e impulsar una verdadera democratización de las organizaciones políticas, de modo que las palabras, procedimientos y votos de quien ha de desempeñar un papel institucional puedan convertirse, realmente, en el fiel reflejo del mandato de los votantes.

*Diplomado en Magisterio.