La cumbre de Salónica marca un doble hito en el proceso de integración europea. Primero, el proyecto de Constitución, en el que muy pocos creían cuando la Convención lo abordó hace 16 meses, obtuvo un firme respaldo casi total de la mayoría de los líderes de los Estados miembros actuales y futuros de la UE. Segundo, la UE dio un enorme salto adelante para convertirse en un líder político mundial, al asumir una estrategia de seguridad propia, independiente de Estados Unidos. El objetivo de la UE es construir un nuevo orden mundial, basado en el respeto de las normas internacionales.

La reforma del tratado para transformarlo en la primera Constitución de la nueva Europa reunificada comenzará en octubre. España afronta a la defensiva esa negociación final, al haber quedado casi aislada en el cambio del sistema de votación. En lugar de aferrarse al reparto de poder pactado en Niza, el Gobierno debería buscar un compromiso en la línea mayoritaria beneficioso para España. Pero la fría acogida de José María Aznar al proyecto de Constitución en la cumbre hace temer que el Gobierno persista en sus malos hábitos de forzar la confrontación, con la dudosa ventaja de contar con el respaldo de Polonia.