XAxlgunos sábados por la noche, tras Los Intocables , y antes de aquel gracioso programa que titulaban El alma se serena ("Yo la voy a serenar, pero en la cama", decía mi padre), en la vetusta pantalla, blanco y negro, aparecía un letrero: Boxeo . Y allí nos quedábamos mi padre y yo, tan ricamente, a ver una velada de box de tres o cuatro combates y algún que otro campeonato de España o de Europa.

Había una evidente y manifiesta afición por el arte de las doce cuerdas. En otra cosa no, pero en boxeo éramos bastante buenos los españoles. Quítenme a Bahamontes, a Santana y al Real Madrid y poco más pintábamos en el concierto internacional deportivo. En realidad no pintábamos nada en nada, ni lo seguimos pintando. Para una vez que nos ponemos al lado del fuerte se organiza un cacareo en el gallinero absolutamente irrisorio y vergonzoso. En fin, volvamos al boxeo y dejemos ahora el ominoso oprobio.

Decía que fuimos alguien en la ciencia, el arte o el deporte de sacarle las manos al adversario. Recuerdo aún, entre la niebla, los años de Fred Galiana y Young Martin, luego Folledo, Sombrita, Manolo Calvo o Barrera Corpas. Cómo olvidar los años de Velázquez, Carrasco, Legrá y otros tantos; bueno pues de todo aquello hoy ni pavesas. A los jóvenes les sonará a chino esto que les cuento.

Hubo unos años en que, en Europa, casi todos los campeones de todas las categorías eran españoles. Y algunos fueron campeones del mundo. Pues bien, llegó la beatífica transición y un iluminado arcangélico, con omnímodo poder para decidir lo que es bueno o no para el españolito peatonal, decidió quitar de nuestras vidas el boxeo.

Casi sin notarse lo fueron borrando poquito a poco, ni tele, ni radio, ni prensa ni vainas. Cuando yo me moceaba por las aulas salmanticenses, no fueron pocas las noches de los sábados en las que acudíamos mis amigos americanos y yo al pabellón de La Alamedilla, para presenciar alguna velada de boxeo. No creo que yo haya sido mejor o peor persona por haber sido aficionado al pugilismo.

Que si la mafia, que si produce graves lesiones cerebrales, que si la corrupción, que si patatín, que si patatán... ni una sola razón válida que haya postergado al boxeo en los demás países del cercano o lejano entorno. Aquí hay alguien que ha dicho que se acabó, y sanseacabó.

¿Boxeo profesional no? ¿Y el amateur?... Ustedes no tienen ni la mínima idea. ¿Han visto la Olimpiada? Ni una triste retransmisión de boxeo, ni un solo representante español, nada de nada. Este país viaja hacia un aguachirle de monfloritas y colipoterras que produce vértigo.

Hoy, si quieres ver alguna velada, hay que ir a las escasísimas que se celebran en locales casi privados en Madrid o Barcelona. Antes, había algún programa en esa cadena vomitiva de julandrones y hurgamanderas, pero lo quitaron, ¡faltaría más! para sustituirlo por dimes y diretes de rabizas y pajarones.

¿Que morían los boxeadores en la lona? ¡No me diga! ¿Cuántos ha visto usted morir allí? ¿Uno, dos, tres o cuatro? ¿Eso es mucho? ¿Cuántas veces nos llega la noticia de un corredor que se ha hecho una tortilla con su moto o con su coche o de un montañero que se ha despeñado por un abismo o ha sido víctima de un alud?

Bueno, que no. Es luchar contra el viento tratar ahora de justificar o no justificar una práctica o lo que sea. En España, tierra de honrosa tradición pugilística, la moderna movida de la tolerancia, el talante, las manos blancas y las autonosuyas centrífugas han cantado el kirie eleisón sobre el féretro de un pasado en el que dos hombres, nobles y valientes, enfrentaban su fuerza y su talento. ¡Requiescat!

*Escritor y profesor