TLtos historiadores se fijarán en dos sucesos del 2004: la barbarie del 11-M y, poco después, la boda del príncipe Felipe . Señalarán el primero con lápiz rojo, y el segundo, con lápiz verde. Con rojo, de tragedia, y verde, de esperanza. El primero fue el zarpazo del terrorismo que hirió el alma de todo un pueblo que vivía tranquilo y en paz. El segundo, ese mismo pueblo se apretujó en piña popular, celebrando la unión de sus futuros reyes. Pasmo de dolor y explosión de inenarrable alegría. En la primera ocasión, una colosal manifestación de 12 millones de españoles mostró al mundo su conocido coraje numantino ante cualquier revés. En la segunda, las muchedumbres de Madrid rompieron el aire de una primavera con sus vítores más vibrantes, mientras todos los televisores del país estaban encendidos. Dos formidables testimonios en que supo unirse España, tanto en la tragedia como en una explosión de fiesta nacional, al casarse su Príncipe con una hermosa plebeya. Primero mostró su gallardía ante la aflicción y luego su alborozo ante tan venturoso evento. Lloró lágrimas de sangre ante el terrorismo, y lágrimas de contento y esperanza ante el enlace. Pues, como dijo George Sanz : "Dios ha puesto el placer tan cerca del dolor que muchas veces se llora de alegría."

*Doctor en Historia