La Navidad está a la vuelta de la esquina y con ella sentimientos encontrados, de querer celebrarla como Dios manda y de incertidumbre por si nos dejará el bicho. Me temo que, si no se remedia, puede ser caldo de cultivo para una nueva ola de contagios.

Porque lo que veo en la calle es necesidad de celebración. Entiendo que de ahí las medidas que se han puesto en marcha ahora para reducir los positivos y volver a bajar la curva antes de tan esperadas fechas. Mejor ahora que entonces. Es lo que ha calado en la sociedad y todo el mundo espera que los toques de queda, los cierres perimetrales y las reducciones de aforo sirvan realmente para que lleguemos a diciembre en mejores condiciones frente al virus.

Pero cuando llegue diciembre qué. Me preocupa que se pueda ver como un nuevo verano, pero esta vez sin el calor ayudando a combatir el virus. Ojalá me equivoque, pero auguro una nueva relajación de las medidas, sobre todo en lo que a distanciamiento y reuniones se refiere. La Navidad es la Navidad y, si no nos juntamos en ese momento, cuándo vamos a hacerlo. Ese parece ser el ideario colectivo.

Entiendo también que sectores como el comercio y la hostelería están aguantando ahora las restricciones porque esperan de verdad poder recuperar algo de las pérdidas en la campaña navideña, con las compras de regalos -cómo no va a haber regalos- y con las salidas a celebrar que este año se acaba y a desear que el próximo no se parezca en lo más mínimo al 2020.

Es legítimo querer tener un poco de paz, relajar tensiones, darse un respiro de esta preocupación permanente. Pero lo que todo esto significa es que seguimos sin haberle visto las orejas al lobo. Seguimos viviendo en una realidad paralela donde el virus está por ahí, pero no lo hemos sentido realmente en nuestras carnes. Los que sí lo han hecho no tienen ganas de celebraciones, pero el resto, sigue sin cambiar el chip, sin asumir que la pesadilla no ha terminado y podría ir a peor.

Así que el mensaje es que, este año, la Navidad debe ser diferente. No digo que dejemos de consumir en nuestras ciudades sino que sigamos haciéndolo responsablemente y que habrá cosas que no se puedan hacer, como las comidas o cenas multitudinarias. Todo lo que implique bajarse la mascarilla ante no convivientes debería ser tabú, ahora y en Navidad, si no queremos que las uvas se nos atraganten de verdad.

*Periodista.