Mañana se celebrarán las elecciones generales de resultado más incierto de nuestra democracia. Si con el sistema bipartidista era fácil predecir si el viento soplaba hacia la izquierda o hacia la derecha, con el multipartidismo actual se ha vuelto todo más volátil, y unos cuantos votos en ciertas provincias pueden inclinar la balanza. Los dos meses de precampaña y campaña electoral, con todo, dan para unas cuantas lecturas o lecciones en cuanto a los partidos.

En el PSOE, la decisión de Sánchez de seguir gobernando «hasta el último minuto» ha permitido conocer el rumbo que seguirá, si sigue en la Moncloa. También era normal, dado que apenas se le había dejado gobernar ocho meses, y a trancas y barrancas. Medidas como la ampliación del permiso de paternidad o el decreto de vivienda han sido bien acogidas por la mayoría de la población, tanto que el PP y Ciudadanos trataron por todos los medios de pintar como un delito los «viernes sociales» del gobierno, al fin y al cabo única manera de sortear el bloqueo, y legales mientras no se demostrara lo contrario.

En el PP, Casado promete una «revolución fiscal» que, como en Andalucía, apenas se limitaría a rebajar impuestos a las grandes fortunas, y que deja en el aire de dónde sacaría los ingresos que perdería el Estado para cubrir la sanidad y las pensiones. La respuesta, claro, es fomentar los seguros privados, como también la enseñanza privada. El plan de PP y Ciudadanos para crear tres universidades privadas más en Madrid, ligadas al Opus y a la Banca, indica por dónde van los tiros. Habrá menos impuestos que pagar, pero a cambio habrá que pagar al médico y al profesor.

Por otra parte, Casado se ha esforzado por superar a todos en insultos al gobierno, tratando con guante de seda a Vox, que sin duda recibirá muchos más votos de los que predicen las encuestas. En el PP, donde suelen lavar en casa la ropa sucia, más de uno maldice la hora en que Núñez Feijóo renunció a optar a la secretaría general, o en que cayó derrotada Soraya Sáenz de Santamaría. Qué duda cabe que con uno o con otra el PP contaría con mejores perspectivas electorales.

La campaña más sorprendente ha sido la de Ciudadanos. Al contrario que Pablo Iglesias, Rivera aún no ha aceptado que nunca será presidente del gobierno, y cree aún que puede superar en votos al PP. Por eso se lo ha jugado todo al sorpasso y jurado que no pactará con el PSOE. El partido que ganó credibilidad por facilitar el gobierno del más votado ha optado por el frentismo, y por el transfuguismo, recogiendo los desechos de otros partidos, a lo que llaman «atraer el talento». Pero Rivera debería despertar, cuando hasta The Economist lo abronca por no apoyar a Sánchez y aliarse con Abascal.

En cuanto a Podemos, corresponsable de la política social del gobierno, está por ver si tras el regreso de su líder carismático (demasiado carismático para algunos) consigue levantar el vuelo y hacer honor a lo de Unidos, o Unidas.

Cataluña (qué cansancio) ha seguido jugando un papel en la campaña. Para los secesionistas, lo mejor que podría ocurrir es un tripartito de derechas. El partido de la independencia se juega a nivel europeo, y si hasta ahora, con un gobierno que no excluía el diálogo, y con Josep Borrell como ministro de Exteriores, el crédito de Puigdemont era escaso, la imagen de España cambiaría con la derecha en el poder.