Estados Unidos ha salvado los muebles del presupuesto y del techo de la deuda mediante un acuerdo de ultimísima hora, evitando así caer en la suspensión de pagos. La Administración federal podrá volver a funcionar con normalidad y el Gobierno podrá hacer frente a sus obligaciones. El mundo también ha evitado caer en una recesión que algunos preveían más grave que la de Lehman Brothers, de la que aún no nos hemos recuperado. ¿Pueden, pues, los estadounidenses y el resto del mundo respirar tranquilos? Absolutamente no, porque el pacto alcanzado in extremis tiene fecha de caducidad y es muy cercana: el 15 enero para el funcionamiento de la Administración y el 7 de febrero para el techo de la deuda.

El lamentable espectáculo que se ha visto en el Congreso --y que se ha comparado a un típico duelo de película del Oeste, con una minoría que ha intimidado a la mayoría hasta el punto de estar dispuesta a disparar hasta el último cartucho-- se ha resuelto con la derrota no solo de los provocadores, el Tea Party, sino de todo el Partido Republicano, en el que se cobijan. Pero tampoco han ganado los defensores del sentido común.

El presidente Obama , con su actitud esta vez de no ceder al chantaje de unos pocos congresistas, sale aparentemente reforzado, pero la reiteración de episodios como el ahora cerrado (ya ocurrió en verano del 2011 y en diciembre del 2012) y la perspectiva de sumar otro en un futuro muy próximo corroen la confianza de los ciudadanos en sus representantes políticos y causan un gran desprestigio de EEUU fuera de sus fronteras.

La todavía primera potencia mundial no puede funcionar a base de asomarse regularmente al borde del precipicio. Su liderazgo queda totalmente debilitado. La ausencia de Obama de la reciente cumbre de países asiáticos debido a esta crisis interna fotografiaba a la perfección una situación en la que una China en ascenso continuado ocupó el vacío dejado por Estados Unidos.

Los republicanos tienen ante sí un panorama complejo: o dejarse llevar por la minoría radical u oponerse a ella y recuperar la tradición del partido que un día fue de Abraham Lincoln . Y Obama tiene un serio problema, porque será difícil que sus políticas (ley de inmigración o deshielo con Irán) puedan superar el obstruccionismo en un Congreso que ha perdido el sentido de la realidad.