El pasado 24 de enero, José María Aznar anunció en el Congreso que 16 personas, supuestos miembros de Al Qaeda detenidos en Girona, preparaban "atentados con explosivos y material químico". Era un argumento muy convincente y conveniente para apuntalar la postura belicista del Gobierno, ya que establecía vínculos entre Sadam y Bin Laden. Pero todo era mentira: ni relación en firme con Al Qaeda, ni preparativos de atentados, ni explosivos, ni sustancias relacionadas con una hipotética guerra química o biológica.

En el mejor de los casos hubo frívola precipitación al divulgar datos no confirmados. Y, luego, una manifiesta tardanza en reconocer el error. No hace falta ser malpensado para decir que se puso la irresponsabilidad al servicio de intereses políticos, en línea con maniobras parecidas hechas a escala internacional para cargar con pruebas falsas y argumentos imprecisos a la, por otra parte, evidente maldad de Sadam, de quien aún no sabemos si preparaba ataques concretos contra alguien. Todo vale, según para quien, con el objeto de calentar los ánimos bélicos. Pues bien, subrayemos que azuzar la guerra con este tipo de maniobras es, entre otras cosas, de una inmoralidad infinita.