Tras haber asestado una puñalada por la espalda al Consejo de Seguridad de la ONU, garante de la seguridad colectiva y de la legalidad internacional, las dos primeras consecuencias de la guerra que Estados Unidos ha desencadenado son la fractura del mundo en dos bloques antagónicos, como no se recordaba desde la época de la guerra fría, y el crecimiento del antiamericanismo.

¿Por qué EEUU espanta al mundo?, inquiere en su portada un prestigioso semanario norteamericano. No por la declarada intención, que ayer reiteró Bush, de acabar con Sadam, tirano que genera pocas solidaridades, sino por una tendencia soberbia nacida ya antes de los atentados del 11-S y que se ha exacerbado cuando Washington no ha vacilado en dinamitar los cimientos del orden mundial.

La resistencia de muchos países a la guerra y la escasa relevancia de casi todos los que la apoyan refleja el rechazo a estas formas de la hegemonía norteamericana y a su empeño por ningunear a la ONU y a Europa. La superioridad moral que distingue a las democracias de los regímenes despóticos vive por ello, ahora, horas bajas. Y eso tardará mucho tiempo en recuperarse si Irak acaba sometida a una fórmula neocolonial para controlar su petróleo.