Historiador

Dentro del dolor y la impotencia que sentimos por la masacre en que el gobierno del Partido Popular nos ha metido, como perros falderos de EEUU, hay un bálsamo al menos de esperanza: no han logrado callarnos, no consiguieron hurtarnos las voces en la calle, no se salieron con la suya; millones de españoles se han puesto a protestar. Y de ellos, una gran parte, incluso una abultada mayoría, son jóvenes a los que algunos ya creían perdidos para las causas justas, para la toma de conciencia, para la movilización contra los más terribles atropellos.

Con su cinismo heredado de golpes, asonadas, sablazos y continua sangre derramada a lo largo de toda nuestra historia, la derecha omnipresente en el poder pretende pasar por buen samaritano y envía soldados para prestar "ayuda humanitaria". Contribuyen estos tremendos fariseos, como pocos, a golpear y destruir, y después se colocan la careta del que pretende socorrer al que ellos mismos torturaron. Buscan un hueco en la gloria del reparto, en la gloria bastarda de los inmensos beneficios que logra siempre el vencedor en sus arrasamientos, pero sonríen como las hienas y pretenden hacernos comulgar con misiles y ruedas de molino. Pone cara de santo, de no haber roto nunca un plato, invocan a todo lo sagrado para perpetrar sus violaciones, y hasta si hace falta dirán que el Papa estaba equivocado, ahora que parece que no es un aliado de sus terribles actuaciones.

¡Ah!, qué sería del mundo si no fuera por tanta buena gente, por esos ciudadanos que gritan un día y otro en contra de sus gobiernos manchados y siniestros. Nos queda esa esperanza. Y esa juventud que vuelve a demostrarnos su sana posición a favor de la justicia y de la vida.