A causa de la proverbial incapacidad europea para tomar decisiones cuando se desencadena una crisis, la UE ha tenido la rara habilidad de lograr que el precio del petróleo salte la barrera de los 120 dólares/barril mientras Muamar Gadafi bombardea impunemente a sus conciudadanos. Solo la presión directa de Barack Obama ha sacado a los políticos europeos de su ensimismamiento, pero la situación se ha degradado de tal forma que Libia se debate entre la guerra civil y la aniquilación del tirano. Y la OTAN ha tomado la iniciativa, con lo que, en la práctica, los Veintisiete se someten a la estrategia diseñada por Estados Unidos para la crisis en curso. Decretar el embargo de la venta de armas y la congelación de los bienes de los Gadafi no altera esta impresión. Incluso ahora que se multiplican las iniciativas --declarar el cielo libio zona de exclusión aérea, organizar la evacuación de europeos por mar y aire con unidades militares, fijar sanciones, conducir a Gadafi ante el Tribunal Penal Internacional--, los europeos se remiten a la correspondiente aprobación por el Consejo de Seguridad de la ONU. Algo jurídicamente irreprochable si no fuera porque todo queda pendiente de la capacidad estadounidense para convencer a China y Rusia, poco partidarias de castigar a Libia. La parsimonia europea recuerda el antecedente de las grandes crisis balcánicas, en las cuales los europeos superaron la parálisis cuando el presidente Bill Clinton se hizo cargo de la situación. Como entonces, la Europa política de hoy aparece supeditada a la de los mercaderes.