Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

Desde la descomposición de la Unión Soviética y la pérdida de la bipolaridad mundial, la deriva imperial de los EEUU estaba asegurada. La incógnita era de cómo el lobby de poder americano iba a administrar su omnímodo poder. Un nuevo orden se evidencia, la duda que resta es si tan sólo van a ser las bayonetas quien lo impongan o se van a incorporar elementos de racionalidad más acordes con el desarrollo alcanzado por la humanidad.

Hay un clamor mundial, fuera de las fronteras del mundo anglo-norteamericano, que se resiste a una imposición violenta de este nuevo orden, y esto tiene su peso, mucho peso, aunque la contestación generalizada tenga tonos y acentos diferentes, pero mientras la opinión de la ciudadanía norteamericana se mantenga favorable a la expansión imperialista en los porcentajes en que ahora está, el porvenir es muy oscuro hoy, pero puede ser mucho más negro mañana.

Imposible ignorar, por otro lado, el marco económico en que este imperialismo se desarrolla, con una revolución profunda de los medios de producción como consecuencia de la aplicación de las innovaciones tecnológicas, que obligan tanto a una nueva redistribución del trabajo como a controlar el abastecimiento de materias primas vitales como el petróleo.

La fraternidad con los que sufren y mueren debe ser total, amplia y profunda, pero ello no puede hacernos olvidar los objetivos finales de la contienda. Desgraciadamente la situación es muy mala, pero aún puede ser peor.

Las declaraciones de Powell a este respecto, que pasa por ser la paloma del grupo, apuntando a Siria y a Irán, pueden suponer el comienzo del gran órdago en Oriente Medio, en donde el ejército israelí, duro y expeditivo, podría entrar, con cualquier peregrino pretexto, directamente en la contienda y abrirse paso con mayor o menor facilidad hacia Damasco.

Creo que cabrán pocas dudas sobre la necesidad de un nuevo orden mundial civilizado, y seguramente la ONU necesite reformas de fondo. Pero éstas, para ser creíbles y poder surtir los efectos de eficacia, tutela y mediación, debieran hacerse en un clima de paz y nunca impuestos por la fuerza. Urge por esto que todos los países, el nuestro entre ellos, aboguen ahora por la autoridad de la ONU con sus actuales estructuras, y ya siendo imposible parar la guerra, estamos obligados a parar la posguerra. Resulta triste, pero obligado, recordar el desairado papel que los cascos azules han tenido en Oriente Medio. Y cuando se plantee que hay que plantearlo, un ejército de Naciones Unidas, que éste sea el mejor equipado en armamentos y el más aguerrido en cuanto a efectivos humanos de los ejércitos existentes.

Tal vez sobreestimemos nuestra altura moral, y entre los estandartes de las legiones romanas y las banderas de las divisiones norteamericanas, la diferencia sea sólo ésa, la de los símbolos. Cuesta creer que tanta sangre derramada y tanto pensamiento emergido lúcidamente durante dos mil años, haya servido para tan poco.

Desgraciadamente, las cosas son como son y no como nos gustaría que fuesen, pero la resignación o la rebeldía es nuestra, de cada individuo, de cada persona, y eso nadie nos lo puede quitar. Pero haríamos bien en dirigirla de la manera más útil posible. Y ahora que la ONU está gravemente herida, hay que luchar por reforzarla e igualmente urge, arropar y dar voz a la disidencia interna norteamericana que comparte con gran parte de la humanidad los deseos de un orden mundial nuevo, creados desde la firmeza, la paz y el respeto.