En la línea de farsa que supone la defensa de un sistema parlamentario nacional dentro de un proceso de globalización liberal basado en la rapacería y en la codicia, no deja de llamar la atención la habilidad, si no dialéctica, cuanto menos gestual, que los verdugos visten a la hora de transformarse en víctimas. En este contexto, las réplicas de Rajoy a los integrantes del grupo mixto en forma de: "Es mi opinión", "Mi opinión también ha de respetarse", "Creo que" y "Mi opinión también es legítima", activan a un Rajoy en modo inmigrante sin derechos que alcanza el culmen del cinismo. Como si Rajoy no tuviera de lado a toda la prensa impresa de Madrid, como si los poderes financieros no estuvieran constantemente alentando sus posiciones, como si la Iglesia no estuviera presta a seguir en su línea de pietismo mercantil.

El candidato Rajoy se mostró como un ser humano que reclama sus derechos fundamentales ante un hemiciclo, supuestamente esclavista, dispuesto a someterlo a su voluntad, a explotarlo. Pero lo peor de todo no es Rajoy, tampoco el debate de investidura en sí, ni siquiera la carencia de proyectos políticos, porque ni el Partido Popular ni sus oponentes tienen un proyecto político. Lo peor de todo es la falta de conciencia de unos ciudadanos acríticos, capaces de tragarse la farsa sin refutar a todos sus autores. Unos ciudadanos que, con especial referencia a la juventud, se han convertido en meros Pokémon dispuestos a ser cazados a precio de saldo por las empresas, al mismo tiempo que visten con ingenuidad cualquier prenda de 50 euros cuya posesión creen que les sitúa en el bando de los ganadores.