Mañana finaliza una nueva edición de la Feria Internacional Ganadera de Zafra y tras un fin de semana glorioso en afluencia de personas, volveremos a plantearnos aquello de que si fueron un millón o millón y pico de visitantes y quedará en los pliegos de nuestra memoria el triunfo del torero local o el precio que se pagó por aquel semental en la subasta.

Nos quedaremos en la anécdota, en la superficie, sin rascar más sobre el papel, y no solo me refiero a los periodistas que durante cinco días soportan estoicamente una batería de presentaciones, actos, convocatorias y ruedas de prensa en cascada. En plena era digital y del mundo interconectado, las ferias ganaderas se están convirtiendo en una reliquia del pasado. En Zafra, afortunadamente un excelente equipo consigue que la exposición animal sea el buque insignia.

Cuando unas razas van bajando el volumen de afluencia ellos han encontrado otras. Magnífico. Un gran esfuerzo, para quitarse el sombrero. Pero con los años -no digo, uno ni dos, sino varias décadas— la esencia de la feria, la exposición de ejemplares en vivo, se irá apagando o mermando.

Desgraciadamente es una tendencia acusada que ya se aprecia en algunos encuentros similares. Y las subastas desde hace tiempo han dejado de ser un termómetro del campo y se han quedado en un espectáculo vistoso, singular, pero también caduco. Las trabas a mover el ganado, especialmente en crisis sanitarias como las que vivimos y la burocracia son terreno abonado a que internet se convierta en el mejor vehículo para la venta de ganado seleccionado. Ya algunos lo hacen así, aunque no sé si es lo mejor.

No quiero ser agorero, pero creo que -reconociendo el indudable éxito que siempre es la Feria de Zafra—convendría ir buscando ya mismo nuevos alicientes al certamen. Porque cuando se muere de éxito ya no hay manera de levantar después la cabeza. Refrán: El buey solo bien se lame. H

*Periodista